El reino

Crítica ‘El reino’ (2018). Sorogoyen y las vergüenzas de España

Bárcenas, Cospedal, Rodrigo Rato, ‘El Bigotes’, Carlos Fabra, los ERE, la Gürtel, y un largo etcétera protagonizan la nueva cinta de Rodrigo Sorogoyen, ‘El reino‘. No es del todo cierto. Más bien, el director que saltó a la fama con la acertada ‘Stockholm’ bebe de toda esa ranciedad de nuestra historia reciente para crear una ficción que inmortaliza fielmente todas las vergüenzas de España.

‘El reino’ abre en canal el melón de la corrupción

El melón de la corrupción se ha abierto con las crisis, aunque no entiendo muy bien cómo este dulce y apetitoso melón no se ha servido en la mesa del cine español en más ocasiones. En dos contadas ocasiones este problema endémico, tan nuestro, ha saltado a la pantalla de manera más que acertada. La delicia ‘B de Bárcenas’ de David Ilundáin que ahonda en la surrealista e incluso cómica declaración del extesorero popular ante el juez Pablo Ruz, y la miniserie ‘Crematorio’ de 2011 que sacaba a relucir de manera sobresaliente las vergüenzas de “la terreta” entre amenazas, recalificaciones y yates de lujo poco después de la caída de Lehman Brothers, cuando aún estaba toda la mierda por salir a flote. Ahora el atrevimiento de Rodrigo Sorogoyen se enfrenta a una corrupción que es como la carcoma, que ataca la madera seca, en este caso, un sistema político seco y podrido hasta las trancas.

Está claro que ‘El reino’ es una cinta que dolerá a más de uno, y en la que otros cuantos, los reyes del cotarro, se verán reflejados. Su arranque es cuanto menos pretencioso. Comienza con un plano secuencia que homenajea claramente a la escena en la que Ray Liotta en ‘Goodfellas’ atraviesa la cocina del Copacabana Club por donde anda como Pedro por su casa. Una autentica declaración de intenciones de Sorogoyen. No es una película de corruptos, es una película de personajes de la peor calaña, de gangsters neoyorkinos como los que dibujó Scorsese, que se jactan de su nivel de vida y se encuentran por encima del bien y del mal.

El reino

El superlativo Antonio de la Torre

Un siempre superlativo, Antonio de la Torre, se mete en la piel de Manuel, un influyente vicesecretario autonómico que espera dar el salto a la política nacional, para comandar este ‘déjà vu’ de la historia reciente española. Sorogoyen lo pinta como un ser deleznable, la manzana podrida de un árbol que no tiene una manzana sana. Por eso el partido lo rechaza y expulsa. “Antes una manzana podrida que una banda organizada”.

Manuel se convierte en el chivo expiatorio a través del cual intentan depurar, todos los de su partido, las aguas sucias de las que han bebido, prácticamente todos. Sobre Manuel todos redimen sus culpas. Entonces, el personaje se da cuenta de que los compañeros de partido son peores que tus enemigos. En ese momento el protagonista sufre un proceso de humanización natural hasta que al final de la cinta el espectador logra empatizar con él.

La primera parte de ‘El reino’, anodina, larga, e incluso, me atrevería a decir, a veces aburrida (el contexto de la crisis lo conocemos todos mejor que el padre nuestro) da paso a un trepidante thriller psicológico compuesto de tres escenas antológicas, que se suceden una detrás de otra.

El plano secuencia como unidad sintáctica

La unidad sintáctica de la que se sirve Sorogoyen para contarnos su historia en repetidas ocasiones es el plano secuencia. Una plano secuencia potente, agónico, y con una carga de tensión descomunal, como la de la escena del registro en Andorra. Siempre he sido de los que piensan que impacta más cómo mata un tigre a una persona en un plano fijo y sin cortes, que si esa escena la dividimos en múltiples planos. A esto hay que añadir una cámara que no es invisible, una cámara excéntrica que se mueve de un personaje a otro al ritmo de la historia, y una música electrónica que viene como anillo al dedo a la tensión narrativa.

Sorogoyen baja a las famosas cloacas del estado y fustiga a todos esos reyes sin corona. Pero no se queda ahí, su discurso moral va más allá, salpicando sin ningún tipo de remilgos a todo ciudadano con pasaporte español, independientemente de su poder y de su nivel adquisitivo. Durante ‘El Reino’, un hombre entra en un bar y paga con 10 euros. El camarero se confunde y le devuelve el cambio de 20. El susodicho, un español como tú y como yo, mira alrededor, no hay nadie, se calla y se va. Ahora la pelota de la corrupción está en nuestro tejado. ¿Somos los españoles corruptos por naturaleza?

Tráiler ‘El reino’

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