‘El robo del siglo’, propuesta colombiana de Netflix, toma como punto de partida el atraco perpetrado contra el banco de la República en la localidad de Valledupar. Sin disparar un tiro, sin daños personales, se sustrajeron miles de millones de pesos ante el estupor general. A partir de ahí, la miniserie de seis capítulos se toma las licencias narrativas típicas del género, bebiendo del enorme tirón de las cuatro temporadas de ‘La casa de papel’.
Andrés Parra y Christian Tappán, ambos sobreactuados, dan vida a los cerebros tras el hurto. Se conocen desde largo tiempo. Vuelven a las andadas por la urgente necesidad de dinero: mantener un elevado nivel de vida el primero (una ficción en toda regla) y costearse un trasplante el segundo. Los sujetos que les van a acompañar en semejante empresa parecen sacados de un casting de ‘Torrente’. Y la caracterización de los mismos no parece fruto del azar. Que esa fauna sea capaz de llevar a buen puerto el mayor robo que ha sufrido el país, es reflejo de la debilidad estatal y de lo disfuncional de un lugar.
Música estridente para enfatizar momentos dramáticos
‘El robo del siglo’ cuenta con dos partes diferenciadas en cuanto a su tono. La primera, en la que se narra la preparación y culminación del golpe, transita por los senderos del trhiller tradicional, con una ejecución aseada donde sorprende lo chapucero y caótico en el proceder de los protagonistas. La segunda, exponiendo la digestión que se realiza del dinero saqueado, llama a la puerta del enredo y el pastiche.
Exhibiendo músculo gracias a elementos de producción notables, me saca de los nervios una música estridente, abusando reiteradamente de la percusión para resaltar los momentos de intensidad dramática. Quédense con los chirridos que provoca la corrupción, un contexto abonado a la ley del más fuerte y a unos registros impropios de nuestras confortables existencias.
Esta semana Colombia es noticia por asesinatos masivos del crimen organizado. Es probable que acaben en su mayoría impunes. Lo dicho.
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