‘Arenas movedizas’, (Quicksand como título original) es una serie sueca de Netflix que se sitúa a medio camino entre el drama y el thriller psicológico, adaptando una laureada novela del mismo nombre de Malin Persson Giolito. Las escenas iniciales del primer capítulo, constituyen un decálogo de las intenciones y premisas que echan a rodar la propuesta.
Maja es una adolescente de 17 años que se encuentra en su aula del instituto ensangrentada, turbada y prácticamente en estado de shock, cuando las autoridades policiales aparecen. Junto a ella, los cuerpos de algunos de sus compañeros de clase yacen muertos en el suelo. Con todos los indicios apuntándole como responsable, su encarcelamiento preventivo está cantado.
Flashbacks recurrentes en el desarrollo de la historia
Durante su duro régimen carcelario, a través de reiteradas declaraciones ante la policía y durante la vista en la que será juzgada por deleznables delitos, recordará los meses previos al incidente que la ha situado en tan deplorable estado. La trama escoge a su entorno más cercano analizando sus relaciones y penetrando en unas vivencias que proporcionan la munición precisa para sucumbir a los enigmas e interrogantes planteados.
Junto a su novio Sebastian, hijo de millonario, vive la ficción del lujo desmesurado. Vacaciones en yate privado y fiestas dónde no faltan los coqueteos incipientes con las drogas, muestran una superficialidad que no puede esconder ciertas disfuncionalidades de una familia, en donde no es oro todo lo que reluce.
Crónica de excesos y descontrol
‘Arenas movedizas’ se sitúa frente a la crónica de unas vidas que se arrastran cuesta abajo y sin frenos, en una pérdida de control de lamentables y desastrosas consecuencias. De cómo ciertos comportamientos individuales desembocan en un proceso de sugestión, que conlleva graves alteraciones en la percepción de la realidad.
‘Arenas movedizas’, me parece una serie digna, rodada por un director bregado en el cine para televisión, que paulatinamente va adquiriendo mayores cotas de calidad.