Las décadas de los 60 y 70 fueron años convulsos para la sociedad norteamericana. La guerra fría en pleno apogeo, la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles, grandes magnicidios como los perpetrados contra los hermanos Kennedy y Martin Luther King, el caso Watergate y la posterior dimisión de Richard Nixon, han suministrado abundante munición al séptimo arte. Con títulos inolvidables, el cine se ha encargado de retratar estos cruciales acontecimientos, en una foto muy ajustada de aquella etapa histórica. ‘The best of enemies’, debut en la dirección del productor Robin Bissell, sitúa la acción en 1971. En Durham, localidad de Carolina del Norte, se va a librar una de tantas batallas por hacer efectiva la igualdad para la población afroamericana.
Una asamblea ciudadana, para decidir el futuro educativo
Acabar con la segregación en las escuelas públicas del condado es el objetivo. En una sociedad muy dividida, ‘The best of enemies’ pone el foco en la peculiar relación que van a mantener la activista negra Ann Atwater (Taraji P. Henson) y el líder local del Ku Klux Klan, Clairborne Paul Ellis (Sam Rockwell), cabecillas en una asamblea que debe decidir el futuro educativo del lugar.
La temática tratada se ha contado en multitud de ocasiones. La larga lucha contra el racismo y la discriminación es un asunto recurrente. Consciente de ello, Bissell basa su propuesta en un certero retrato intimista de los personajes principales. La activista que interpreta Henson muestra un histrionismo en sus formas y maneras, en actitudes chirriantes, de la que se desprende cierta impotencia al no poder imponer lo que considera obvio, de justicia. Llega a molestarme en algunas escenas. Ese es el objetivo, alzar la voz contra la iniquidad, y de verdad lo consigue.
Ku Klux Klan. La América del odio
En ‘The best of enemies’, se retrata cómo la América del odio encuentra representación en las autoridades locales. Sin dar la cara, pero moviendo los hilos, fuera de los focos, azuzando viejos y asentados prejuicios sobre gentes ignorantes que son caracterizados en la cinta como paletos de pueblo.
La obra puede pecar de cierto buenismo. El resultado de la votación ciudadana viene por añadidura, y el proceso de conversión de la bestia, aunque simpático, quizá resulte simple, algo raquítico en su exposición de motivos. Algunas miradas, reacciones intuitivas y, sobre todo, hacer valer aquello que del roce surge el cariño, pueden ser razones necesarias, quizá no suficientes para ilustrar la metamorfosis sufrida por el protagonista. Claro que también se puede decir lo mismo de sus asentados estereotipos, grabados en piedra aunque sólo sostenibles desde la levedad intelectual.