Como ya hiciera en ‘Eagle vs. Shark’ (2008), ‘Boy’ (2010), ‘Lo que hacemos en las sombras’ (2014) y ‘Hunting for the Wilder People’ (2016), películas que consiguieron sacarle del anonimato internacional, con ‘Jojo Rabbit’ (2019) el director –también actor y humorista— neozelandés Taika Waititi explora dilemas morales y éticos más propios de otros géneros a través de su idiosincrático uso de la comedia, donde el sketch cómico, lo vulgar, el kitsch, la fantasía y el absurdo conviven con delicados y duros reveses trágicos muy pegados a la realidad y que no nos dejan indiferentes.
Una adaptación no apta para todos los gustos
Adaptación muy sui generis y atrevida de ‘El cielo enjaulado’ (2004) de Christine Leunens, ‘Jojo Rabbit’, se adentra en el terreno de la ficción de la intrahistoria con temas tan serios como la idealización y el fervor del nazismo, la asimilación del terrorismo patriótico como emblema de lealtad, la demonización, persecución y aniquilamiento masivo del pueblo judío, y todo ello desde el punto de vista de un niño de diez años totalmente convencido del ideario nazi. El gran reto, y también riesgo, de la película fue el transfigurar la novela en una salvaje sátira tragicómica, lo que la convierte de primeras en una adaptación que no será del gusto de todos. Pero, a pesar de la osadía, de los clichés e hipérboles requeridos por ese proceso, la película funciona como comedia del mismo modo que el cubo de agua sobre la puerta que se te cae en la cabeza cuando la abres. Como el mismo Waititi ha reconocido, la novela habla de temas duros y serios, pero también fue duro comprometerse a hacerla siendo fiel a su estilo, con el añadido de que el papel de Hitler en la película recaería, a petición de los productores, en el propio Waititi, de origen Maorí y de descendencia judío-rusa e irlandesa, que, como él mismo admite, solo es capaz de hacer de sí mismo, del Taika Waititi (o Taika Cohen) de sus primeros años como humorista en el dúo The Humourbeasts (con Jesmaine Clement), pero caracterizado con un bigote de cepillo y enfundado en un uniforme militar nazi.
La infantilización del nazismo y la madurez de la infancia
Johannes (Roan Griffin-Davis) tiene diez años y, aunque es repelentemente adorable, está obsesionado con la causa del nacionalsocialismo y la superioridad de la raza aria. Su gran ídolo es por supuesto Adolf Hitler (Taika Waititi), amigo imaginario — trasunto del fantasmagórico monstruo aliado— que se le aparece para guiarle en su honorable disposición por salvar la patria del horror enemigo. Sin embargo, en su primer día de campamento en las juventudes hitlerianas, su valentía y honor quedan mancillados al no ser ni siquiera capaz de matar un conejo. “Jojo Rabbit”, gritan todos humillándolo cruelmente. Tras haber sobrevivido a su propia y cómica inhabilidad en el arte de lanzar bombas de mano, Jojo queda relegado a trabajos de poca monta, pero pronto descubre que, en su casa, su madre (Scarlett Johansson) esconde a una joven judía, Elsa (Thomasin McKenzie), situación que Johannes quiere usar a su favor para resarcirse de su caída en desgracia y convertirse en el temeroso nazi que siempre ha querido ser, pero que, por otro lado, pondría en peligro a su madre.
Gracias a la flexibilidad y permeabilidad de la comedia, Waititi desmitifica los estratos del poder nazi y sus teorías antisemitas a través de la infantilización e idiotización de los personajes adultos —no se pierdan el impostado y caricaturesco acento alemán de los actores al hablar inglés— y convierte a los niños o adolescentes en los garantes de la madurez, la sabiduría y la inteligencia emocional, los portadores de la luz que iluminará el futuro. Como en muchas otras películas de Waititi, solo con inocencia accedemos al aprendizaje que nos ayudará a encontrar la verdad; los niños se enfrentan a los adultos y al final les enseñan la lección que no han querido aprender.
Entrañables y estrafalarios personajes
Aunque sobra algún chiste realmente malo y casi mediocre, y el guion decae por momentos, uno de los aciertos de ‘Jojo Rabbit’ es la entrañable relación entre Elsa y Johannes, que evoluciona desde la tirantez dialéctica en torno a las leyendas negras sobre los judíos, plagada de ironías y sarcasmos, hasta convertirse en una carta de amor a la inocencia de los nuevos comienzos. “Los judíos estamos en vuestra cabeza”, le dice Elsa a Jojo, ante su avidez por saber dónde encontrar a más judíos. Las diferentes artimañas de Jojo por hacerse con el control de Elsa tienen el efecto contrario, y poco a poco tendrá que aceptar que la derrota es una forma de valentía; otra forma de ganar.
Los personajes adultos que encarnan al poder nazi están dibujados con la brocha gorda de los malvados villanos de una pantomima o de una serie de dibujos animados para mayores de 18 años. El Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell) solo puede mostrar su hombría soldadesca como instructor de las juventudes hitlerianas, es borracho, e insinúa tener secretas querencias perversas hacia su subordinado, Finkel (Alfie Allen, el Theon de ‘Juego de Tronos’), una especie de Sancho Panza esquelético y bizco. Rebel Wilson, conocida por sus papeles en comedias románticas y disparatadas como ‘La boda de mi mejor amiga’ (2011) o ‘Dando la nota’ (2012), interpreta a Fräuline Rahm, una comandante oronda, siniestra y con pinta de dominatrix, que completa este trío de personajes patéticos que Waititi exprime hasta limites grotescos.
Las escenas entre Hitler y Jojo son quizá las más ingeniosas, donde percibimos con más claridad la influencia del monólogo de humor, aunque no están faltas de algún que otro truco visual que nos hará estallar en carcajadas. En esta película Hitler tiene la tez morena y arrebatos de drag queen enfurecida, habla con argot del siglo XXI, se enrabieta como un adolescente al que no le funciona el Whatsapp, llora y se deprime, pero también corre y baila haciendo el indio, se disfraza de indio, salta por una ventana, y ofrece tabaco constantemente. “Deja de ofrecerme tabaco, solo tengo diez años”, le grita Jojo. “Vale. Lo siento. Estoy estresado”. Tampoco tienen desperdicio las fugaces apariciones del único amigo (real) de Jojo, Yorki (Archie Yates), un gordinflón redicho y bonachón que sí que ha conseguido hacerse soldado, pero que sabe que “claramente no es buen momento para ser un nazi”; “nuestros únicos amigos son los japoneses, pero entre tú y yo”, le dice a su amigo, “de ario tienen poco”.
Pero es Scarlett Johansson quien realmente se lleva al público de calle en su papel de Rosie, la madre de Johannes; papel que le vale doblete de nominaciones en los Oscars, aquí como actriz de reparto. Su personaje se mueve entre la madre coraje del melodrama y la pizpireta institutriz con dotes artísticas de la comedia o el musical. “Mirar al tigre a los ojos, y confiar sin miedo. Eso es ser una mujer”, dice Rosie, hablando de sí misma. Waititi le hace un regalazo al escribirle una escena inolvidable en la que Rosie, al más puro estilo Marlene Dietricht en ‘Testigo de Cargo’ (1957) de Billy Wilder, se desdobla en dos para el asombro del propio Johannes y el deleite de los espectadores. Su personaje es una carta de amor a las madres solteras, según Waititi, pero es también un recuerdo a las mujeres alemanas que lucharon contra la barbarie nazi desde dentro, sin duda una referencia a todas las madres de todas las guerras, cuyo objetivo primordial es no solo salvar a sus hijos, sino intentar hacerles más fuertes.
Una propuesta Kitsch y nostálgica
“El humilde conejo puede ser más listo que sus enemigos”, le dice Hitler a Jojo, y quizá los productores se lo dijeran a Taika Waititi al confiar plenamente en él para este proyecto. Para muchos, sobre todo en España, donde muchas de sus películas no se estrenaron en lo cines, Waititi pueda ser ese humilde conejo que se ha colado en los Oscars, pero es cierto que la puesta en escena y, sobre todo, la concepción plástica de ‘Jojo Rabbit’ nada tienen de humilde. Waititi sabe narrar al más puro estilo Hollywoodiense, sabe donde poner la cámara, estudia muy bien las posibilidades del montaje, y eso se ve en cada secuencia. Por algo sigue siendo el director más taquillero de Nueva Zelanda. Visualmente el filme nos ofrece la visión de una Alemania, quizá Austria, de colores vivos y radiantes muy opuesta a la oscuridad de los tiempos y los acontecimientos. Pero Waititi quiere realizar un retrato de toda la parafernalia nazi, de una época amarga, con los colores de la nostalgia de las primeras cámaras Kodachrome de Kodack, no recordando el pasado, sino viéndolo en directo o como en las páginas de un álbum de fotos en color.
El uso anacrónico, tan de moda últimamente, de la banda sonora, con claros matices simbólicos y nostálgicos, también hacen de esta película un verdadero deleite para los ojos y los oídos. Escuchar ‘Komm gib mir deine Hand’, versión en alemán del ‘I want to hold your hand’ que los propios Beatles grabaron en París en 1964, en los créditos iniciales sobre el montaje tipo video-clip de imágenes de jóvenes fanáticos del Third Reich jaleando a Hitler al tiempo que éste las arenga, y yuxtapuestas con un entusiasmado Johannes corriendo hacia su primer campamento de las juventudes hitlerianas, trasmiten ese aura de fanatismo e idolatría que vivió el país en los años treinta, algo que claramente ha marcado a Johannes. También hay temas de Tom Waits e incluso de Roy Orbison, pero sin duda, uno de los momentos más conmovedores de la película llega con los acordes del ‘Heroes’ de Bowie, en la versión que él mismo grabó en alemán en 1987 (‘Helden’), una canción inspirada en la visión de su productor abrazando a su novia frente al muro de Berlín, que habla de dos amantes, uno del este y el otro del oeste de Berlín, y cuya versión en directo en en el Reichstag (aquel que el propio Hitler quemó para llegar al poder) en 1987, aún se recuerda como una anticipación simbólica de la caída del muro. La música del futuro se cuela en una narrativa sobre el pasado, pero inevitablemente habla del futuro, y de cómo no hay pasado sin futuro ni futuro sin pasado.
La advertencia de ‘Jojo Rabbit’
‘Jojo Rabbit’ pasa a engrosar la lista de comedias sobre el nazismo o sobre el propio Hitler con el objetivo de advertir y concienciarnos de los peligros del fanatismo ideológico. Ahí están ‘El gran dictador’ (1936) de Chaplin, o ‘Ser o no Ser’ (1942) de Ernest Lubitsch, dos obras maestras de la comedia de todos los tiempos. Aunque con algunos guiños a ambas, ‘Jojo Rabbit’ deja de manifiesto que su dependencia estética se inclina más hacia el lado del extraño y estrafalario mundo de Wes Anderson en ‘Moonrise Kingdom’ (2012) o ‘El Gran Hotel Budapest’ (2014). Por proximidad temática y argumental, y por tratar la infancia, algunos han señalado ‘La vida es bella’ (1997) de Roberto Benigni y ‘El niño con el pijama de rayas’ (2008) de Mark Herman, como posibles influencias, pero ambas películas ofrecen planteamientos tanto fílmicos como cómicos y/o tragicómicos diametralmente opuestos a ‘Jojo Rabbit’.
Dicen que en cine hacer reír es más difícil que hacer llorar, y aunque ‘Jojo Rabbit’ pueda aburrir a aquellos menos dados a este tipo de comedias tan salvajes, por otro lado, sí que es fácil que pueda arrancarle alguna lágrima hasta al más insensible de los espectadores. Porque Waititi, como es habitual en sus películas, entre situaciones hilarantes, sketches cómicos y chistes de mal gusto, nos saca del divertimento y nos empuja violentamente a la crudeza de la realidad de esos tiempos con imágenes, escenas y diálogos que cortan el humor como el limón corta la leche. Porque si en la película vemos dagas de doble filo, pistolas Luger, tanques, bazucas, y estallidos de bombas, Waititi se reserva el “Arma de Chejov” para darnos un tiro de seriedad entre los ojos. No pierdan de vista esos zapatos de charol.
Si la ridiculización de Hitler y su nacionalsocialismo nos pueden hacen reír a carcajadas hoy, es precisamente porque la crueldad y la inhumanidad del fanatismo nazi parecen cosa del pasado, algo ya superado. Pero en el fondo no es así. Al igual que el Hitler amigo es como un fantasma que está en la cabeza de Jojo, hoy día el nazismo o el fascismo son fantasmas que siguen rondando Europa y el mundo entero, y no hace falta que mire a nadie. No es casualidad que esta película llegue a los Oscars con 6 nominaciones, una de ellas como mejor película. Hay algo en esta sátira tragicómica que huele a presente o futuro inmediato. Vivimos en un mundo que está siendo testigo del auge y la llegada al poder de la ultraderecha y de posiciones políticas conservadoras que se dejan arrastrar por el fanatismo patriótico, religioso y un manipulador discurso xenófobo, y todo esto bajo el amparo de la democracia y la connivencia de las redes sociales que hacen que las falsas noticias y la propaganda política engañosa se expandan como la pólvora. Aunque sea a través de una comedia estrafalariamente caricaturesca y salvaje, nunca está de más volver los ojos a momentos cuando hasta el niño más inocente y adorable tenía a Adolf Hitler como su máximo ídolo, y volverse a hacer la pregunta: ¿Por qué?
The most brilliant review of Jojo I have read.