‘En busca de Summerland’, primer largometraje de Jessica Swale, nos sumerge en una de esas historias que la guerra se encarga de moldear, pese a que se desarrolle a cientos de kilómetros del frente. Años 40, con la luftwaffe intentando someter al Reino Unido a base de bombardeos, miles de niños fueron evacuados de las grandes ciudades inglesas hacia zonas rurales. Frank (Lucas Bond) es uno de ellos.
Su destino es ser acogido por Alice (Gemma Arterton), una escritora taciturna y de comportamiento asocial. Siendo la rara del pueblo, tiene que lidiar con burlas de jóvenes y la indiscreción de los adultos. Renuente a admitir en su casa a ningún refugiado, las tiranteces iniciales dejarán progresivo paso a la comprensión y el cariño. Este proceso de empatía entre dos desconocidos, y los vínculos afectivos que se van tejiendo, no sortean el cliché de género.
Hay química entre Gemma Arterton y Lucas Bond
Época convulsa, donde lo épico del contexto deja paso a las pequeñas batallas personales que cada uno debe librar. Swale se recrea en el concepto de pérdida: en lo que la guerra se lleva y nunca volverá, pero también de aquél amor incomprendido de juventud en tiempos donde la homosexualidad, y no digamos ya la femenina, era un tabú. ‘En busca de Summerland’ gradúa las aflicciones que aquejan a la protagonista con maneras melodramáticas.
El carácter amable de la cinta, unida a la buena interpretación de Gemma Arterton, hace que la purpurina pese menos que en otras propuestas similares. La historia pedía a gritos sumergirse en la magia de las elipsis, ese recurso a partir del cual se sugiere lo velado, que va tomando forma en la mente de cada espectador. Ahí me quedo a medias. La narración sigue unos derroteros previsibles, con algunos flashbacks que pueden resultar redundantes.
Nuestra valoración