Los movimientos contraculturales, sobre todo aquellos que dejan impronta en el tiempo, poseen múltiples caras. A lo largo de su desarrollo dejan profunda huella en una sociedad que nunca volverá a ser la misma. Ese ejercicio de transformación de usos y costumbres tiene su cara B. Un lado oscuro, que quizá sea el peaje a pagar por la inocencia desinhibida ante lo nuevo. Si la movida madrileña lo tuvo con la heroína, la intimidante pandemia del sida marcó con fuego el proceso de liberación y visibilidad del movimiento gay en las ciudades más cosmopolitas de occidente. ‘It’s a Sin’, miniserie de cinco episodios estrenada por HBO, nos sitúa en el Londres de principios de los 80.
Sigue la andadura de cinco amigos (cuatro chicos homosexuales y una chica) que comparten piso. Han llegado a la gran urbe desde otras zonas de Inglaterra por diferentes motivos (la búsqueda de trabajo, huir de una familia nigeriana que no acepta la condición sexual de su hijo, la universidad, la aventura…). Todos ellos van a descubrir el efecto efervescente de la liberación.
La serie se constituye como un gran retrato generacional
Russell T. Davies, creador de ‘It’s a Sin’, no podía radiografiar mejor las hormonas adolescentes. Años de desenfreno para la comunidad gay, fiestas interminables y una sexualidad en constante ebullición, marcada por la promiscuidad, el exceso y el desprejuicio, en una típica reacción pendular a los años de plomo. Un poderoso retrato generacional, que recuerda al que realizara un primerizo George Lucas de la juventud americana de los sesenta en la inolvidable ‘American Graffiti’.
El tono jovial y desenfadado que Davies impone a la serie, abordando los estragos del sida con sutileza, sentido del humor y un lado muy humano (gran interpretación de Shaniqua Okwok) hacen que no pise charcos melodramáticos. Veo una serie vital, que rezuma verdad, nostálgica de una época en la que cierta dosis de ignorancia y desconocimiento aportaba la felicidad.
Nuestra valoración