Siempre dicen que, para pintar, escribir, o crear cualquier obra de arte cuyo fin sea perdurar en el tiempo, lo mejor es que uno pesque en sus recuerdos. Aunque estos rebosen dolor, un dolor que un día se convirtió en gloria y una gloria que volvió a transformarse en más dolor. Esa es la historia de Almodóvar y de su álter ego en la pantalla, Salvador. El manchego ha aclarado sus ideas desde la raíz, se ha reencontrado y ha hecho las paces consigo mismo. ‘Dolor y Gloria’ es una redención en toda regla.
Sus ojos han cambiado -como bien dice el personaje que encarna Banderas- pero la película sigue siendo la misma. La misma que aquellas que lo catapultaron a la fama, que lo llevaron a Hollywood, que hacían daño y a la vez curaban heridas dejando una cicatriz para los restos. Hablamos de ‘Todo sobre mi madre’ o ‘Hable con ella’. Ese Almodóvar había muerto, y parece que se ha vuelto a dar una nueva oportunidad. Atrás quedan cintas menores como ‘Los abrazos rotos’ o ‘La piel que habito’ que caen fácilmente en el olvido.
¿Autobiografía? Un hecho innegable
Cuando tienes más cerca el campo santo que la cuna a uno se le vienen muchos recuerdos a la cabeza, se le ablanda el pensamiento y el corazón, lo que vulgarmente se le llama ‘chochear’. Y Pedro chochea, y nosotros encantados. ‘Dolor y Gloria’ es una autobiografía salvando las distancias, como ha repetido en mil ocasiones el propio director, que se centra en la vida de Salvador, un realizador de cine en su ocaso que interpreta Antonio Banderas. Este hurga en su infancia, en su pasado, para literalmente salvarse y volver a escribir.
De homenajes va la cosa
El manchego pinta un lienzo poético de perdón, de redención, como el que escribe un testamento cuando la muerte le acecha a la vuelta de la esquina. Se redime con su madre, que murió hace unos años dedicándole unas escenas antológicas; se redime con su pasado. Rinde homenaje a Madrid y a aquella plaza difícil en la que se convirtió la capital en los 80 y donde no todo el mundo supo torear, algunos pagando un precio muy alto, el de la vida. Y como no, homenajea a su irrepetible Chavela. De ‘la dama del poncho rojo’ se enamoró y hasta en ‘Dolor y Gloria’ siguen resonando la tristeza de sus canciones. Un hecho es que su filmografía está repleta de himnos de Chavela como ‘El último trago’ (La flor de mi secreto), ‘Somos’ (Carne Trémula) o ‘Piensa en mí’ (Tacones lejanos) está vez interpretada por la inigualable voz de Luz Casal.
Banderas y Penélope, la noche y el día
Son como la noche y el día. Sin duda, la que se luce como madre de Salvador, es Penélope. Coge el testigo de Carmen Maura en ‘Volver’, de esas madres coraje con callo que sacaban adelante a sus hijos por encima de cualquier calamidad o accidente. Por su parte, Banderas tiene el difícil papel de hacer de Pedro Almodóvar. Eso sí que es un reto, lejos de cualquier papel que haya interpretado. Parco, uraño, seco, siempre comedido. Y evoca en todo momento a Pedro Almodóvar, con sus gestos e incluso en la manera de hablar.
La asquerosa máquina de El Deseo
Lo que he echado de menos es ir a verla al cine como un niño, con la inocencia del Salvador que se desmaya al descubrir su sexualidad, como el que se encuentra una puerta cerrada con la incertidumbre de no saber lo que le espera detrás. Pero la máquina de distribución de El Deseo es tan asquerosamente poderosa que es imposible llegar virgen al cine. Una semana entera viendo a Pedro en todos los programas en prime time, en redes, en mi casa, en la de mi prima, en la casa de Dios (ese al que reza cada vez que le vienen los dolores) y en la de todos. Y encima si en cada entrevista te cuenta media película escondido detrás de sus gafas de sol, apaga, nunca mejor dicho, y vámonos.
En resumen, con sus virtudes y sus pocos defectos podemos hablar de una obra redonda de Almodóvar, con escenas que se quedan impregnadas en la retina, una obra adictiva en todas sus aristas. Engancha un libreto bien construido con posos sólidos, con frases del guion que remueven conciencias y en las que más de un espectador se habrá visto reflejado. El director manchego ha vuelto a empatizar con su público, cosa que no hacía desde hace mucho, y eso es de elogio. El cine de mi infancia, ese de olor a pis, jazmín y brisa de verano se parece mucho a este.