‘Un blanco, blanco día’, segundo largometraje de Hlynur Palmason, arranca con un coche siguiendo una trayectoria zigzagueante, pisando línea continua e invadiendo el carril contrario hasta salirse de la calzada. El vehículo se pierde entre la intensa niebla que acompaña un escenario amenazante. Se supone que ahí pierde la vida la mujer del protagonista. Un policía (Ingvar Eggert Sigurdsson) que adora a su nieta y dedica tiempo de asueto al acondicionamiento de una casa situada en un enclave de gran belleza.
La película suple, a partir de una narración extraña y oscura, lo esquelético de su argumento. Apuntando hacia el thriller psicológico, se transforma en un drama con una vertiente exótica que atrapa de inmediato. Palmason somete al espectador a partir de imágenes ricas en matices, dónde el aspecto visual se antepone a cualquier otra consideración. Da la impresión de haber estudiado cada plano y cada encuadre con minuciosidad, recreándose en los aspectos no verbales.
Sobresaliente actuación de Eggert Sigurdsson
La existencia de este hombre dará un giro cuando descubra, casualidades de la vida, que su difunta mujer le engañaba con otro. ‘Un blanco, blanco día’ se desenvuelve al compás de un ritmo espartano, en un estudio con pocas concesiones acerca del sentimiento de pérdida, la traición y soledad consiguientes. En último término hay poca originalidad en el retrato del protagonista: un hombre tocado en su orgullo, consumido por la obsesión y la masculinidad maltrecha tras el devaneo sexual de su pareja.
¿Es la infidelidad la punta del iceberg? ¿Atiende a razones profundas o surge porque el instinto es así? ¿Conocemos realmente a nuestro compañero? Son preguntas inquisitoriales en las que la cinta no entra. Quedan en el limbo. Las deja sumidas en una nebulosa fiel a la atmósfera plomiza que escolta la caída a los infiernos de ese actor superlativo llamado Eggert Sigurdsson.
Me parece Palmason un director atrevido, capaz de hilvanar historias con pocos mimbres. Le quiero ver desarrollando guiones de más enjundia. Un nombre a seguir.
Nuestra valoración