En su opera prima, ‘Belén’, el director israelí Yuval Adler, mostró el complejo entramado de intereses que se escondía tras la relación entre un agente del Mossad y su joven confidente palestino. Los estragos de la ocupación y el difícil equilibrio de poder entre las diversas facciones palestinas marcaban un relato veraz, alejado del titular simplista con el que muchos medios despachan una situación tan intrincada. Su segunda película, ‘The operative’, basada en la novela ‘The English Teacher’, vuelve a deslizarse por la senda del espionaje. Sin embargo, el excitante retrato de su debut, decae en este thriller.
Irán, hay que cortarle la cabeza al enemigo
Rachel (Diane Kruger) es una agente del servicio secreto israelí. Es infiltrada en Irán para ayudar en el boicot a su programa nuclear. A lo largo del metraje, Diane Kruger exhibe una expresión facial monocorde. Permanece impertérrita ante los acontecimientos. Esa falta de expresividad secunda una identidad difusa.
Porque ese es precisamente el paradigma en que Adler sitúa la propuesta. El sentido de pertenencia, la búsqueda del arraigo, de encontrarse a uno mismo son lucidas con pericia. Hay algo de tortura identitaria en ‘The operative’. Rachel se crió en Canadá. Su madre era cristiana. Ella misma siente no ser una judía de pura cepa. En Teherán vivirá la pasión y la ingratitud de un desempeño al que se aferra como los borrachos a las farolas, para no caerse.
Peligrosa deserción
Relevada de sus funciones, con un profundo desengaño a cuestas, se va a convertir en un verso libre. Cuando de su comportamiento se infiera la posibilidad de la deserción, su único referente será su antiguo supervisor. Papel que ejecuta sin gracia Martin Freeman. Lejos queda ese actor fresco, que bordara al mejor Watson en la magnífica serie ‘Sherlock’.
La trama subsiguiente se vuelve previsible y convencional. Cierto aire de monotonía se apodera de los diálogos. ‘The operative’, que va de más a menos, ofrece un resultado final que no pasa de lo anodino.