El género policíaco siempre ha sido una predilección de este cronista. Crecí absorbiendo esas películas de abnegados detectives, puestos frente a un sesudo rompecabezas. En mi juventud lo pasaba en grande con sus característicos giros de guion, esas piruetas argumentales más propias de un trilero, que arrancaban los murmullos de la ensimismada platea. Hay que ser muy original, estar tocado por el don de la creatividad para sorprender en una categoría tan socorrida. Donde lo prolífico casi nunca va acompañado de la excelencia. ‘The Gangster, the Cop, the Devil’ lo consigue.
Policía y mafia unen esfuerzos en la captura de un asesino
La premisa no puede ser más simple. Un detective une esfuerzos junto a un mafioso para dar caza a un asesino en serie, que deja a sus desprevenidas víctimas como un colador, tras someterlas con el poder del afilado acero. Tan singular simbiosis se explica a partir de dos supuestos: la necesidad del gángster de vengar la afrenta (ha sido una de las víctimas del criminal), marcar su territorio, no mostrar debilidad en un mundo donde la misma es sinónimo de caída; y la urgencia de la autoridad por detener a un tipo que siembra el caos, para lo que algo de guerra sucia puede no venir del todo mal.
A partir de ahí, un director relativamente desconocido, Lee Won-Tae, (es su segundo largometraje) impone un ritmo de vértigo para alumbrar un thriller desbordante. Es soberbia la forma que tiene de agitar la cámara. Siempre elige el encuadre idóneo para mostrar los marcados rasgos faciales de los protagonistas. La narración es adictiva, y sus 107 minutos de metraje saben a poco.
Presentada en la última edición del Festival de Cannes
‘The Gangster, the Cop, the Devil’ se presentó en el último Festival de Cannes, aunque fuera de competición. No es habitual que el festival más prestigioso del mundo, ese certamen con el que todos los cineastas pelean por mostrar sus criaturas, acoja una propuesta de esta suerte. Y en esta ocasión con plena justicia.
A destacar la tremenda interpretación de Ma Dong-seok, dando vida a un mafioso de la vieja escuela, que no titubea en mancharse las manos cuando la cosa se le pone a tiro. La escena en la que hace guantes, mientras un subordinado a duras penas consigue aplacar la furia de la bestia, actúa de elíptica metáfora de lo que le espera al espectador. Acción pura y dura. Sí, pero de la buena.