Cuando el director estadounidense Michael Almereyda presentó en 2015 ‘Experimenter’, sobre los trabajos del psicólogo Stanley Milgram acerca de la obediencia, esquivó los estereotipos más manidos del biopic firmando una obra cautivadora. Ágil en las formas y perturbadora en el fondo, una ráfaga de inquietud recorría la película mientras se sondeaba el lado oscuro del ser humano. En ‘Tesla’, partiendo de registros diferentes, puede que sus intenciones sean similares en cuanto a eludir la previsibilidad. Pero el resultado dista mucho de ser satisfactorio.
La cinta arranca con el genial inventor e ingeniero de origen balcánico asentado en Estados Unidos. Nikola Tesla (Ethan Hawke) trabaja para la compañía de Thomas Edison (Kyle Maclachlan), quien no presta a su empleado la atención que este reclama. La ruptura entre ambos desembocaría poco tiempo después en lo que la prensa de la época bautizó como »la guerra de las corrientes». ¡Qué tiempos aquellos en los que el progreso científico corría a lomos de una opinión pública incipiente y ensimismada!
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La película me sume en el aburrimiento
De un lado Edison en defensa de la corriente continua, de otro Tesla con las bondades de la corriente alterna. Miles de millones de dólares en juego, multitud de empresas implicadas y la Segunda Revolución Industrial como telón de fondo. Nunca un enredo de semejante potencial tuvo una traslación más anodina a la pantalla, merced a una narración difusa y al uso repetitivo de la voz en off que presta Eve Hewson en su papel de Anne Morgan. Es como si a Almereyda se le hubieran fundido los plomos o algún fusible.
Quiere hurgar en los pensamientos más íntimos del protagonista, realzar sus logros, mostrar su carácter, también sus contradicciones, aires de grandeza e incongruencias. Pero Ethan Hawke sella una de las interpretaciones más oscuras de su carrera. Impasible, melancólico, apenas si esboza una mueca. Demasiadas escenas en interior y escaso brío para describir la vida de un hombre único. Porque si hay algo consustancial a este tipo de personalidades complejas, que aúnan a su intrínseca brillantez cierta dosis de polémica, es lo emocionante de su desempeño vital. Aquí la emoción resulta una quimera tan larga como finalmente infructuosa.
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