Crítica de ‘Tár'(2023). El control de los tiempos

‘Tár’ es una de esas películas que consigue que lo sublime y lo prosaico se den la mano para arrastrarnos hasta el precipicio de lo trágico y lo patético, un drama de texturas exquisitas que navega y bucea por diferentes géneros y tradiciones cinematográficas, y que, afortunadamente, siembra más preguntas que respuestas. A través de una aparente y manida narrativa centrada en la caída en desgracia de una directora de orquesta de reconocido talento y fama mundial, ‘Tár’ conjura un discurso enigmática y cinematográficamente poliédrico que, emergiendo desde el interior de la genial pero también tormentosa y atormentada mente de su protagonista, incide en la idea de que el poder puede llegar a corromper incluso a aquellos que más y mejores armas poseen para resistirse a él, al tiempo que subraya la confusión social y moral de los tiempos en los que vivimos.   
 

Controlar el tiempo, o los tiempos

La tercera película del dos veces nominado al Oscar Todd Field (‘En la habitación’, Juegos Secretos’) podría parecernos un drama más sobre los entresijos de la fama y el poder, en este caso, desde el prisma de la prestigiosa industria de la música clásica. No obstante, desde su arranque, ‘Tár’ parece salirse del molde del drama de ficción convencional para convertirse en una especie de sinfonía fílmica que se obstina por controlar los tiempos, dentro y fuera del cine, dentro y fuera de la cabeza de su protagonista. La obsesión por el control férreo del tiempo, el ritmo y las cadencias se hace evidente en las formas y también en el fondo, como si la estructura de la película quisiera imitar los movimientos de la 5ª Sinfonía de Mahler que Lydia Tár, interpretada por una magistral y omnímoda Cate Blanchett, se dispone a grabar con la Filarmónica de Berlín.

“Lo que importa es el tiempo”, le dice Lydia a Adam Gopnik, el crítico de The New Yorker —que se interpreta a sí mismo para la ocasión— durante la entrevista con la que abre el filme. Enfundada en un traje de lujo hecho a medida, camisa blanca, melena al aire al estilo Susan Sontag, Lydia entra en escena como un dios que acaba de descender del Olimpo. Estamos ante una de los más atípicos y osados arranques cinematográficos de las últimas décadas, una escena que se alarga en el tiempo a riesgo de aburrir a las ovejas, a que el exigente público, consciente del tiempo que le queda, casi dos horas y media de película, abandone la sala o empiece a mirar el móvil. ¿Es esto un video de YouTube que nos ha enviado un amigo pianista al WhatsApp? “Lydia Tár es muchas cosas”, dice Gopnik después de enumerar las múltiples facetas y logros del impresionante currículo de Lydia. Mientras, su asistente, Francesca (Noémi Merlant), lo recita al unísono y en voz baja desde uno de los pasillos del auditorio. En la vida de Lydia Tár, como en el guion de Todd Field, todo parece estar controlado. Sin darnos cuenta, sin darnos tiempo a mirar el móvil o el reloj, o a dejar la sala y correr para poder pillar el comienzo de Avatar o de la última de Marvel, nos vemos obligados a mirar y escuchar con atención. Poco a poco somos hipnotizados por la atrayente astucia y la belleza andrógina de Lydia Tár, es decir, por la impecable y la fascinante interpretación de Cate Blanchett, por el concienzudo guion literario cargado de referentes culturales y filosóficos de Todd Field, por el efecto calmante de la fotografía de Florian Hoffmeister. Parece que no está pasando nada y sin embargo están pasando muchas cosas. Porque Lydia Tár es muchas cosas, sí, pero ‘Tár’, tan ambiciosa y elitista como intrigante y emocionante, también lo es, al menos esa es la sensación con la que sale uno del cine.

Cate Blanchett como Lydia Tár

¿Pero y el tiempo, o los tiempos? Con un discurso ágil e ingenioso, y una capacidad única para manipular y controlar, Lydia Tár, un tótem viviente de la industrial de la música clásica que se sabe reconocida, reclamada, cotizada y codiciada, nos va poco a poco encandilando con anécdotas y rasgos sobre su personalidad, bromea con su sexualidad, comparte con gusto sus grandes pasiones y aventuras musicales e intelectuales, y sobre todo nos ofrece su percepción del tiempo o los tiempos. Cuando dirige a una orquesta, le dice a Gopnik, lo importante es el tiempo, “la mano izquierda le da forma, pero la derecha, la segunda mano, lo marca y lo lanza hacía adelante […] a diferencia de un reloj, sin embargo, a veces la segunda mano se para y eso significa que el tiempo se para […] desde el principio yo sé qué hora es y el momento preciso en el que tú y yo llegaremos juntos a nuestro destino”.

Con este largo e ilustrativo arranque, Todd Field, de la mano de Lydia Tár, de Cate Blanchett, o de ambas, nos anticipa solapadamente tanto la estética como el sentido de ‘Tár’, una película que nos pone frente las consecuencias derivadas de la osadía de querer controlar el tiempo o los tiempos en todo momento. A partir de aquí, se puede decir que toda la cinta es un engranaje perfectamente controlado de escenas— muchas rodadas magistralmente en largos planos secuencias que se toman su tiempo— y diálogos orientados a ese fin, con un diseño de producción y artístico acorde con la exquisitez y refinamiento de sus personajes y el contexto elitista donde se mueven. Pero del mismo modo que los mejores relojes suizos, o metrónomos, pueden caerse, estallar en pedazos y dejar de funcionar, Lydia Tár, la Zeus del Olimpo musical, se verá acorralada por las graves consecuencias derivadas de su obsesión por manipular el tiempo o los tiempos, sobre todo cuando los deseos profesionales y personales se cruzan y se hacen incontrolables.

‘Tár’: Elegante alternancia de géneros

Una de las grandes virtudes de ‘Tár’ es hacer de lo complejo una obra más o menos accesible y casi comercial, sobre todo, tratándose de un cine de autor, que a su vez dialoga con el más exquisito cine de autor de otros tiempos. Además del siempre favorable aval de la Copa Volpi en el Festival de Venecia —merecidamente— por la interpretación de Cate Blanchett, ahora se anota cinco nominaciones en los Óscar en categorías fuertes (película, dirección, guion, actriz femenina y montaje). Aunque para muchos la monumental interpretación de Cate Blanchett es el pilar fundamental de la película, una de las claves de este éxito a diestro y siniestro, quizás se deba también a la magistral y elegante alternancia de convenciones de género en torno a aquello que no vemos o no se nos explica, y que necesariamente tenemos que intuir y recrear en nuestra mente durante y después de la película.

Después de su master class en el prestigioso conservatorio de la Juilliard School (escena crucial para profundizar en la melomanía y megalomanía de Lydia) Lydia regresa a Berlín para reunirse con Sharon (Nina Hoss), su pareja y también primera violinista en la Filarmónica, con quien comparte un suntuoso apartamento de estilo brutalista, además de la custodia de una hija en edad escolar. El estilo documentalista e intelectual de los primeros treinta minutos comienza a virar hacia caminos más reconocibles por el público. La monótona realidad de los ensayos en la Filarmónica y los quehaceres domésticos nos sumergen en un melodrama familiar que pronto se verá penetrado e intoxicado por fórmulas de otros géneros sin que la película pierda el compás. El pasado también es parte del tiempo presente, y el de Lydia, como en el mejor noir americano de los cincuenta, vuelve para desequilibrarla y trastornarla. Francesca, con la que Lydia parece haber compartido algo más que agendas y reuniones tediosas, le dice que algo no va bien con Krista, una antigua alumna de la que apenas se nos da información, salvo que fue su alumna, una gran promesa que ahora ya no forma parte de sus vidas. Hay que olvidarse. Borrarla. En su último email “parece bastante desesperada”, le dice Francesca. Aquí, la película, como las extenuadas notas del Adagietto de la 5ª de Mahler, se suspende, se estira y se hace envolvente. La ambigüedad del personaje, los hechos y las sombras del pasado han resucitado el cine negro, pero aún hay más. ‘Tár’ se hace cine thriller con elementos rayanos a ciencia ficción y empieza a jugar con el tiempo y la percepción de la realidad de Lydia, y también con la nuestra. Lydia oye ruidos extraños cuando sale a correr, camina envuelta en las tinieblas del apartamento por la noche, objetos desaparecen, no logra escribir una nota sin sentir que algo la persigue o la paraliza. Ahora ‘Tár’ es cine de terror psicológico, el fondo de la escena se alarga y se difumina, las luces se apagan, alguien puede aparecer detrás de la puerta del frigorífico. Sin embargo, los monstruos parecen solo estar dentro de la cabeza del gran maestro. ¿O no? Aparece Olga (Sophie Kauer), una joven promesa del chelo, a quien quizá, intuimos, como a Krista, el Zeus de la música clásica del momento desea poseer. Lydia se enamora como Mahler lo hizo cuando compuso la 5ª Sinfonía. “No es una sinfonía que nace de una tragedia hiriente, sino de un amor juvenil”, explica Lydia al hablar de la obra de Mahler. “Hay que olvidarse de Visconti”, bromea, en referencia al uso hegemónico e idealizado que el director italiano hiciera del Adagietto en Muerte en Venecia (1971), convirtiéndolo en una de las piezas clásicas que más ha contribuido a la iconografía de la muerte y la soledad en la historia del cine. Quizá Olga sea solo un divertimento, un flechazo pasajero, etéreo, un fantasma. En cuestión de minutos, volvemos a la espiral de géneros: del documental musical entramos en el melodrama doméstico, luego volvemos al drama intelectual para después saltar al cine negro, zambullirnos unos instantes en el thriller psicológico con tintes fantásticos que lentamente irá mutando en terror gótico. Por si fuera poco, Todd Field decide —quizás uno de los pocos errores de cálculo de la película— meternos con calzador algunos momentos con toques de humor socarrón. Totalmente innecesario. ‘Tár’ es inclasificable. Delirante, poética, brutal, épica y pequeña al mismo tiempo, solo el director, como Lydia Tár dirigiendo su orquesta, sabe hacia donde nos lleva ‘Tár’. Aunque el mundo alrededor de Lydia empiece a desmoronarse, a alejarse de los parámetros del frívolo y exigente control, el reloj que marca las horas de ‘Tár’ no está desajustado, es más, sabe muy bien a qué hora va a llegar a destino, Aunque a veces nos haga perder el hilo, ‘Tár’ es magnética.

Todo es pastiche

‘Tár’ en islandés y otras lenguas de origen nórdico significa “lágrima”, y aunque esto pueda parecer solo anecdótico, el hecho de que Todd Field y Cate Blanchett lo hayan mencionado en alguna entrevista, corrobora que la película no es ajena al posmodernismo cultural y su interés por la intertextualidad, por los referentes culturales, literarios e históricos, por los homenajes estilísticos, o por el uso y/o abuso de elementos simbólicos y metafóricos (véase el nombre de Krista, el claro paralelismo entre Mahler y Lydia en relación a su reencuentro con un amor juvenil antes de escribir, o grabar, la 5ª Sinfonía). Sin embargo, ‘Tár’ no es el típico bodrio de tintes filosóficos donde los orígenes y los procesos ocultos son más importantes que los resultados visibles, donde lo intelectual sobrepasa al espectador o donde solo una élite disfruta del filme, o finge o se vanagloria de haberlo disfrutado por el mero hecho de distanciarse de grupos que creen intelectualmente inferiores. ‘Tár’, asombrosamente, tiene los pies —o al menos uno— en la tierra, y es capaz de mantenernos intrigados y entretenidos durante dos horas y media como lo pueda hacer un buen thriller de Hitchcock.

Podríamos decir que ‘Tár’ consigue no solo rescatar diferentes estilos autorales de la historia del cine, sino también mezclarlos y reinventarlos con el fin de entretener e intrigar al público, además de dar pie a debates delicados, algo a lo que no estamos muy acostumbrados hoy en día. Este nuevo y transnacional cine de autor que plantea Todd Field convierte al pastiche en el motor de un cine que avanza hacia el futuro mirando al cine de autor del pasado, tanto lejano (Antonioni o Bergman) como reciente, o incluso contemporáneo. “Me encuentro atrapada en el pastiche”, se lamenta Lydia Tár a su viejo mentor y profesor. “En el fondo todo es pastiche. Todos tenemos la misma gramática musical”, le responde. Y para muestra un botón. Ciertamente ‘Tár’ navega por el cine reflexivo y obsesionado con la arbitrariedad del mal de Michael Haneke (casualidad o no, Monika Willi, la montadora que opta al Oscar por su trabajo en ‘Tár’,  fue en numerosas ocasiones la encargada del montaje de algunas de las mejores películas del director austriaco), por el misterioso y enigmático formalismo de algunos filmes de Stanley Kubrick, e incluso, me atrevería a decir, que es deudora, o al menos admiradora, del gusto por la controversia y la elegancia narrativa de autores como Steve McQueen(‘Hunger’ o ‘Shame’) o Paul Thomas Anderson (‘Pozos de ambición’, ’Hilo fantasma’). Todd Field, afortunadamente para el siempre malogrado y arrinconado cine de autor o de arte y ensayo, se ha aprendido muy bien la gramática, y la moldea y emplea a su manera para resolver con encomiable soltura el reto de contar, intrigar y entretener al tiempo que toca y cuestiona algunos de los debates más delicados de esta sociedad tan altamente dependiente de la vertiginosidad de las redes sociales, como pueda ser el caso de la cultural de la cancelación emergente tras el fenómeno #metoo.

‘Tár’: Polémica y debate

Todd Field cuenta en alguna entrevista que desde un principio se le dio total libertad para escribir y dirigir este drama de proporciones épicas, toda una hazaña teniendo en cuenta las presiones financieras a las que este tipo de proyectos se someten desde que nacen como tales. Quizá por ello, Todd Field demuestra —tanto dentro como fuera de los márgenes ficticios de ‘Tár’— que la libertad no siempre es sinónimo de libertinaje, que el poder excesivo siempre tiende a abrirle las puertas a la manipulación, al engaño, y quien sabe, a la propia muerte. Como la propia Lydia Tar nos revela: “Hasta que no dirigí no me di cuenta de que podría ser capaz de asesinar”. Está claro que asesinar es más fácil cuando uno es un dios o una diosa. Pero tanto ídolos como héroes o dioses pueden acabar cayendo o dejar de ser venerados.

Del mismo modo, se puede hacer una gran película sobre una diosa o una heroína llamada Lydia Tár, tan apolínea como dionisiaca, y que los críticos y el público la consideren excesiva y acaben destrozándola desde las páginas de un medio de prestigio. ‘Tár’ es muchas cosas, pero para algunos es solo una película que denigra la labor del feminismo social y político, que cuestiona el #metoo y rechaza la “cultura de la cancelación” (“cancelation culture” en inglés), proceso por el cual artistas célebres y altamente mediáticos son abandonados y rechazados por su gremio y sus seguidores al ser acusados de abusos sexuales antes de que se demuestre lo contrario. Nos metemos en aguas farragosas.

Los dioses y diosas, héroes y heroínas, de la mitología griega eran poderosos, pero también esclavos de sus pasiones, las cuales los llevaban a cometer excesos que a veces traían nefastas consecuencias y duros y eternos castigos. Durante siglos las fechorías y hazañas tanto de dioses y héroes como de diosas y heroínas, y sus caídas en desgracia, han intentado reflejar lo mejor y lo peor del alma humana, y nos han servido como guía para interpretar y enmendar patrones de conducta. De estos mitos y enseñanzas surgen las mejores narrativas de las que se ha nutrido la literatura, el teatro o la ópera durante siglos, y por supuesto el cine.  

Lydia Tár, como muchos dioses y héroes de la tradición literaria u operística, es una persona virtuosa, inteligente y seductora, pero también poderosa y excesiva, con tendencia a huir de la realidad cuando le conviene. Además, Lydia es una celebridad dentro de una industria tradicionalmente dominada por hombres y se declara abiertamente ‘U-haul lesbian’ (que vendría a significar una lesbiana que se compromete emocional y románticamente de inmediato). Sin embargo, a pesar de formar parte de un grupo que ha tenido que luchar mucho para la obtención de derechos, en su clase magistral en la Juilliard School, humilla a un estudiante del grupo BIPOC (“negro, indígena y gente de color”, por sus siglas en inglés) porque éste rechaza la música de Bach, únicamente por el hecho de ser un compositor blanco, alemán y símbolo del patriarcado clerical de su época. El fondo no le falta razón, ¿queremos que se nos reconozca por nuestro talento o por nuestra raza, sexo, religión etc.? Lo que pasa es que además Lydia juega a ser Zeus con algunas de sus alumnas, y quizá a los demás dioses eso no les guste demasiado. Como en un mito devenido tragedia, entra el Deus Ex Machina, Lydia debe ser castigada — como pasa en el cine negro —en la pantalla. El problema es que, en la ficción de ‘Tár’, el personaje que sufre el castigo de los furibundos nuevos dioses (léase las redes sociales), es una mujer, y no una mujer cualquiera, sino un prototipo de mujer que fácilmente podría representar el éxito de la lucha por la igualdad de derechos y oportunidades entre todos los grupos sociales, sexuales y étnicos. Tenemos un problema.  

Lanzo preguntas: ¿Significa esto que la película rechaza la búsqueda de igualdad de derechos y oportunidades? ¿Es ‘Tár’ una película antifeminista o en contra de la igualdad o de la lucha de la comunidad LGTBIQ+, o en contra de que las mujeres rompan el silencio y acusen a sus agresores o depredadores sexuales con poder porque Lydia Tár pierda el control del tiempo o de los tiempos e incurra en la hamartia, tan necesaria para que el público experimente la catarsis? ¿No es ‘Tár’ sino una muestra bastante acertada de que la corrupción no entiende de géneros? ¿De verdad no se puede debatir la cultura de la cancelación, ni siquiera a través de la ficción? ¿Querer abrir el debate es sinónimo de machismo, de ultraderechismo? ¿Debemos reducirlo todo a “o estás conmigo o si no estás contra mí”? Si leemos ‘Tár’ en sentido reduccionista, desde ese mismo prisma, Taxi Driver de Martín Scorsese podría leerse como apología del racismo. Por último: ¿Sería ‘Tár’ mejor película con un personaje masculino y heterosexual?

‘Tár’ es valiente, sin ser machista ni anti-feminista, al expresar que la corrupción, de cualquier tipo, es parte de la condición humana y no sabe de géneros ni de políticas de género ni de minorías o posición social, del mismo modo que no lo hace la muerte o el COVID. Todos somos susceptibles de sucumbir ante la seductora llamada del poder, del dinero, de la fama, del deseo. Todos podemos ser dioses y héroes, diosas o heroínas, que un día pasan de ser venerados y admirados a ser castigados, abandonados, condenados al ostracismo. Como dice El Sueco (Burt Lancaster) en ‘Forajidos’ (Robert Siodmak, 1946) cuando le preguntan por qué le están buscando para matarlo: “Porque hice algo malo una vez”.

No se pierdan ‘Tár’. Es una gran película para escuchar, sentir, debatir.

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