En la víspera de tomar una importante decisión para el futuro de la empresa familiar, un abuelo (Geoffrey Rush), conversa largamente con su nieta (Morgana Davies). Durante la misma, el anciano rememora la infancia que pasó en el sur de Australia, en un apartado paraje, con la única compañía de su padre y un aborigen con el que entabla amistad. De aquellas vivencias, la cría de tres polluelos de pelícano, a los que rescata de una muerte segura, abatida la madre por unos cazadores, será la que le produzca un mayor choque afectivo. ‘Storm Boy’ propone un viaje introspectivo, una vuelta a los orígenes y raíces. Esperando que de los recuerdos más íntimos afloren respuestas y soluciones a complejos dilemas.
Imágenes de gran belleza, lo mejor de la película
La película posee un innegable gusto por lo estético y ornamental. Hay imágenes de gran impacto visual, acompañando la comunión del hombre con un enclave de sobrecogedora hermosura. Hasta aquí las virtudes de la cinta. Shawn Seet escoge momentos con gran carga emotiva, para lanzarse cuesta abajo y sin frenos en la persecución del sentimentalismo más rancio. Lejos de conmover, esa apuesta por el lagrimeo del espectador, transita por los caminos del burdo sensacionalismo.
El director impone su visión doctrinaria de las cosas
En ‘Storm Boy’, La mirada de los personajes hacia los temas tratados está condicionada por la brecha generacional que los separa. El ecologismo frente al desarrollismo, la sostenibilidad del entorno frente a las oportunidades de negocio y el altruismo con tintes utópicos de la juventud, contrapuesto a la mirada materialista del adulto, conforman aspectos de un indudable interés. Sin embargo, en la cinta adquieren el perfil y el tono propio del adoctrinamiento más panfletero.
No hay contradicción en lo que expone. Se sube al carro de las historietas de buenos contra malos, en una exposición lineal de motivos que me resulta hueca y vacía.