Con 89 primaveras a sus espaldas, Clint Eastwood, uno de esos genios polivalentes que han marcado época, sigue al pie del cañón. Y es cierto que el nivel de sus últimas películas está por debajo de una filmografía excelsa, que forma parte de la historia del cine. Pero sigue siendo un narrador magnífico, que conecta al espectador con aquello que quiere contar. En ‘Richard Jewell’ relata la tragedia de un guardia de seguridad (Paul Walter Hauser) que salvó innumerables vidas durante las Olimpiadas de Atlanta, cuando dio la voz de alarma ante una mochila bomba. En pocos días, pasó de héroe a villano tras filtrarse a un diario local que el FBI lo investigaba como principal sospechoso.
«El que no es de izquierdas de joven no tiene corazón, pero el que de viejo lo sigue siendo no tiene cerebro». Esta frase atribuida a Winston Churchill (aunque hay cierta controversia al respecto), refleja bien la idiosincrasia de Eastwood. Republicano de siempre, de los duros además, en las postrimerías de su vida sigue mostrando en su cine esa querencia, si cabe aún más acentuada. Eleva a los altares a un hombre común, a quién prensa e ineptitud policial someten a un escrutinio insoportable. Un americano medio que tras protagonizar una gesta ve su vida convertida en un infierno por obra de dos poderes fácticos: prensa y FBI.
Prensa y FBI salen mal parados.
Hace una acidísima crítica de los mismos, generando gran controversia al insinuar que la periodista encargada de la filtración, a la que da vida Olivia Wilde, utilizó sus encantos femeninos para sonsacar información a un agente federal. Y no sabemos si Clint Eastwood se ha marcado su propia fake news para añadir carga dramática a la crónica, o se ha limitado a plasmar un hecho verídico (el personaje real falleció hace unos años). En cualquier caso, reconociendo que hay un trasfondo de claro tinte conservador en la película, éste nunca deviene en reaccionario. Hay que ser muy corporativista (muchos medios de comunicación pecan de ello), mirarse en demasía el ombligo para insinuar que tras ‘Richard Jewell’ florece un soterrado e inclemente ataque a la libertad de información, imitando el peor estilo del Presidente Trump.
Acertada elección de actores.
La elección de Paul Walter Hauser, actor bregado en los terrenos de la comedia, para interpretar a Richard Jewell no ha podido ser más atinada. Con un notable parecido físico, aporta ese aspecto de bonachón totalmente sobrepasado por los acontecimientos. Incapaz de comprender el alcance de lo que se le viene encima, en todo momento refleja una candidez de espíritu, que en buena medida está detrás de su desventura.
Y aquí radica uno de los elementos nucleares de la cinta, que Eastwood exprime con mordacidad. El pecado de este hombre se encuentra en un comportamiento infantil, en haber querido ser policía y no conseguirlo, en vivir a su edad con su madre y ostentar un aspecto físico de demolición. Todo ello le convierte en sospechoso. Prototipo de personaje asocial, que por llamar la atención, por vengar frustraciones largo tiempo incubadas, es capaz de colocar una bomba y avisar a continuación, buscando notoriedad. Causa cierta desazón observar como lo circunstancial evoluciona hasta adquirir rango de categoría. En ese proceso determinada prensa, convertida en turba, espoleada por la búsqueda de la audiencia a cualquier precio e ineptitudes policiales, brindan una cara enormemente perturbadora. Richard Jewell podría ser cualquiera.