En ‘Madres paralelas’ Pedro Almodóvar firma su cinta más comprometida. No tanto por adentrarse de manera explícita en los siempre pedregosos terrenos de la política, en su vertiente histórica, sino por compaginarlo con un relato de mujeres (uno más de los que empapan su filmografía). Notable la capacidad del director para que un asunto tan español, tan local, tan nuestro como hablar de fosas comunes, memoria y desaparecidos tras la última guerra civil, trascienda y adopte un tono global, universal, narrando el drama de dos mujeres unidas por la maternidad.
Penélope Cruz y Milena Smit coinciden en un hospital madrileño. Están a punto de dar a luz. Ambas son solteras y han quedado embarazadas por accidente. Viven su nueva condición de forma muy diferente: eufórica y con renovadas ilusiones la mayor, con cierta angustia y resignación la menor. Haciéndose compañía en tan difíciles momentos, van a crear un nexo que marcará su destino. Los problemas que aquejan a las protagonistas, sus deseos y dilemas se muestran con el aplomo de un autor capaz de envolver su particular universo femenino de agitada emoción.
Penélope Cruz, una vez más, extraordinaria
Y luego está Penélope. En ‘Madres paralelas’ es Janis, como Lena fue en ‘Los abrazos rotos’, y antes Raimunda en ‘Volver’. Dando vida a personajes vibrantes, guardando secretos que la consumen por dentro. Ya sea vomitando ante una relación que le provoca náuseas, reinterpretando a Carlos Gardel o mirando fijamente a su hija, es una actriz mayúscula, plena de expresividad, que te sujeta fuertemente a la butaca. Justa y merecida Copa Volpi en Venecia.
Cuando entran en escena algunos de sus habituales secundarios (Rossy de Palma, Julieta Serrano) a los que se une Adelfa Calvo, se abre paso esa característica jerga rural, denotando su origen manchego, que aporta frescura y sentido del humor. Siempre echaré en falta, jugando ese rol, a esa actriz maravillosa llamada Chus Lampreave. Haciendo bueno aquello de »la esencia de la política consiste en distinguir al amigo del enemigo», Pedro Almodóvar declara la guerra al olvido mediante una apuesta arriesgadísima, radical en su concepción, de la que sale sobradamente airoso. Sin ser su obra más redonda, compone un melodrama valiente, con un final emotivo. El último plano cenital apela al recuerdo, a la memoria, a saldar cuentas, dando voz a los olvidados.
Osada película. También necesaria.
Nuestra valoración