En ‘Judas y el Mesías negro’, el director Shaka King se acerca a la figura del activista Fred Hampton (Daniel Kaluuya). Líder de los Panteras Negras en Illinois, a los 21 años fue asesinado mientras dormía por agentes federales y de la policía de Chicago. La película narra con brío los profundos cambios que experimentó la sociedad norteamericana a finales de los sesenta. Tiempos de zozobra. Marcados por la violencia, el asesinato político (Martin Luther King, Malcolm X), magnicidios (los hermanos John y Robert Kennedy), el no a la guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles.
Un acercamiento a la América radical que tiene la virtud de sacudir creencias. Presenta con verosimilitud la tenue frontera que separa la legítima protesta del acto terrorista, la disyuntiva de aceptar al sistema para cambiarlo o laminarlo desde sus raíces. Y cómo la primera democracia del mundo se defiende de elementos considerados subversivos con métodos poco ortodoxos, emborronando la licitud de partida. Dilemas apasionantes que la cinta dibuja a partir de personajes robustos, bien armados.
Película con personajes muy bien construidos
Shaka King retrata lo intrincado del momento a partir de dos protagonistas contrapuestos, antagónicos en su visión de las cosas. El idealismo de Hampton, mirando al enemigo (y la muerte) a pecho descubierto, frente al instinto de supervivencia de un colaborador infiltrado (Lakeith Stanfield), pagado por el FBI. Un delincuente de tres al cuarto que, sometido a presión, pese a ciertos remordimientos, siempre acaba abrazando la causa del más fuerte. Daniel Kaluuya, habiendo mostrado sus cualidades en trabajos como ‘Déjame salir’ o ‘Queen & Slim’, redondea una actuación de las que consagran carreras. Empapa su interpretación del nervio eléctrico consustancial a un sujeto carismático. De hipnótica presencia y con innata capacidad para enervar a sus incondicionales.
‘Judas y el Mesías negro’ es una propuesta de marcado carácter político, en el sentido noble del término. Sabiendo conjugar la esfera pública y privada del protagonista, supone una diatriba en toda regla al discurso lineal y sin matices. Los cambios sociales llegan con lentitud, siguiendo un recorrido tortuoso, con pasos hacia adelante y hacia atrás, enfrentando realidades de enorme complejidad.
Por ello, deja a no pocos contendientes en el camino.
Nuestra valoración