El debut en largometraje de Alma Har’el, se sube al carro de esa moda imperante en los últimos tiempos de adornar la ficción mediante pinceladas biográficas. Nada que no hayan practicado antes autores como Woody Allen, Federico Fellini, Lars Von Trier y, más recientemente, Pedro Almodóvar con su magnífica ‘Dolor y Gloria’. En ‘Honey Boy’, ese recurso lo proporciona Shia LaBeouf, guionista de la película, que también interpreta a un personaje inspirado en su propio padre. Y probablemente una propuesta con estos mimbres sólo se justifique en la búsqueda de causas y razones que expliquen lo que uno es hoy. En lo que ha derivado. Una especie de terapia con mirada retrospectiva para entender el presente.
Otis es un niño de 12 años que se desempeña como actor. Con una madre ausente, su padre, (Shia LaBeouf) un antiguo payaso de rodeo que ya no trabaja, lo acompaña a todos sitios. Se hospedan en esos moteles de mala muerte, que tantos relatos han inspirado en la historia del cine. Es un sujeto despreciable. Alcohólico y enganchado al caballo, maltrata a su hijo. Alma Har’el se las ingenia para que lo somático duela menos que lo mental. A partir de interpretaciones sobrias, en verdad veo a un superviviente. Que ese niño se haya convertido de adulto en un juguete roto, deviene en casi en teorema.
Una ópera prima sólida
‘Honey Boy’ es una drama robusto. Con una estética ortera, que chirria a la vista, nos sumerge en un ambiente sordido, chungo. Un puntapié en la espinilla para mostrar esas infancias robadas, víctimas indefensas de personajes que nunca debieran haber sido padres (o madres). Que igual fuman porros con sus hijos o les atormentan haciendo chistes fáciles con el tamaño de sus genitales, que escenifican un amor desbocado tras el mamporro de turno. La última escena de la cinta me parece reluciente. Una metáfora que apela a liberación. A soltar lastre.