Harriet Tubman es uno de esos personajes sobre los que escribir una gran historia. Habiendo nacido como esclava en el estado de Maryland, su fuga a Filadelfia para encontrar la libertad, su posterior papel ayudando a afroamericanos a llegar al norte y su participación en la guerra civil, sitúan su trayectoria vital en ese marco épico tan del gusto de Hollywood. Una heroína en toda regla, cuyo periplo confluye con ese idealismo americano de lucha por la libertad. Viendo ‘Harriet’, último trabajo de la directora Kasi Lemmons, tengo la impresión que este no será el biopic conclusivo sobre su figura.
La tragedia de esta gran mujer se cuenta sin garra
Lemmons ofrece un tratamiento lineal a la epopeya emprendida por esta mujer. Las escenas de acción, acompañadas de reiteradas elipsis, reflejan el naufragio de su autora a la hora de entroncar las proezas de Harriet (Cynthia Erivo) con el cine de aventuras. Prefiere explotar los sentimientos de los protagonistas. Introducirnos en el sufrimiento derivado de la barbarie esclavista y lo enfermizo de las relaciones humanas a las que da lugar, pero sucumbiendo ante el melodrama de características más tradicionales.
Contando una tragedia durísima, nunca provoca el sobresalto. Se impone una narración acomodaticia, ajustada a esos cánones, muy en uso de un tiempo a esta parte, de no arriesgar. No aportando nada nuevo al subgénero, ‘Harriet’ es el tipo de obras desperdiciadas por su conformismo.
Las interpretaciones, lo mejor de la película
Negros esclavizados y libres; hacendados sureños venidos a menos cuyo patrimonio se expresa en número de siervos; algún negro traidor a su raza que actúa como cazarrecompensas; la figura del pastor haciendo equilibrismos imposibles, ofreciendo una religiosidad ad hoc, que igual vale para un roto que para un descosido; y gente anónima comprometida con la causa del abolicionismo, constituyen un elenco en el que ningún secundario desentona.
En este aspecto destaca el papel estelar de Cynthia Erivo. Sus variados semblantes para secundar los avatares a los que es sometida, componen la carta de presentación de una actriz mayúscula, aunque no le ayude el guion. El cara a cara entre Harriet y su dueño Gideon (Joe Alwyn), se hace esperar, aunque se divisa desde lejos. Y resulta tan superficial como la mayor parte de la película.