‘El silencio del pantano’, última propuesta del director vasco Marc Vigil, toma las corruptelas que asolaron Valencia en la última década para enlazar las diversas tramas de su película. Alumbra un thriller fibroso, con puntos de partida notables pero que se ven lastrados por un desarrollo irregular y cierto gusto por el golpe de efecto. La fusión del thriller con elementos extraídos de la actualidad que vive un país, ha encontrado en el cine español a Enrique Urbizu como gran referente.
‘Todo por la pasta’ (1991) con la guerra sucia contra ETA; ‘La caja 507’ (2002) y el pelotazo urbanístico como trama colateral; ‘No habrá paz para los malvados’ (2011) y el terrorismo islamista como telón de fondo, son ejemplos notables de policíacos con un sustrato comunitario detrás que las hacen tremendamente atractivas. Más recientemente Rodrigo Sorogoyen firmó en ‘El reino’ (2018) un retrato visceral y auténtico de la corrupción política. Para cada personaje acudía a la mente el chorizo de turno. Sujetos que han acaparado horas de telediario hasta provocar el hastío.
La película tiene a secundarios de altura
Pedro Alonso interpreta a un exitoso escritor de cine negro. Vigil juega con los pensamientos del protagonista desde la ambigüedad. Realidad y fantasía se turnan en un ejercicio de estilo impoluto, donde la intriga va de más a menos. La albufera valenciana es a ‘El silencio del pantano’ lo que las marismas del Guadalquivir a ‘La isla mínima’ (2014). Aunque aquí en un contexto más metafórico, sirviendo a este escritor como justificación de actos propios, mientras que Alberto Rodríguez convertía el entorno en ingrediente indispensable de la narración.
El sensacional trabajo interpretativo desplegado por Nacho Fresneda y Carmina Barrios, fiel imagen del menudeo de aspecto sórdido y seca violencia, sirve para mostrar con crudeza la conexión entre la corrupción de guante blanco (policías, políticos de altas responsabilidades, empresarios) y aquella destilada en las bajuras. A la hora de manejarse con la plata, pueden cambiar las formas, los métodos. Unos mueven los hilos mientras otros se ensucian las manos. Pero al final, todo es la misma escoria.
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