Atrapante e innovadora versión del popular relato de H.G. Wells, ‘El Hombre invisible’, del australiano Leigh Whannell, no solo aúna ciencia ficción, thriller y terror psicológico con el fin de entretener y asustar, sino que también nos hace recapacitar sobre algunos de los asuntos más preocupantes en las sociedades actuales: el miedo a la vigilancia y el acoso al que estamos sometidos en la nueva era tecnológica y el auge de la violencia machista.
Hacer visible lo aparentemente invisible
Enmascarado detrás del terror, el thriller y el suspense, hay en ‘El hombre invisible’ un mensaje bastante claro: sólo las víctimas de violencia y acoso machista saben lo que es sentirse constantemente vigiladas, y también cuestionadas, ya que muchas veces la veracidad de sus relatos y sus miedos se ponen en entredicho.
Cecilia (Elisabeth Moss) es una de ellas. Su marido, Adrian (Oliver Jackson-Cohen), un genio y magnate de la tecnología óptica, líder mundial en su campo, la ha tenido controlada, vigilada y sometida a abusos durante sus años de casados en un híbrido entre mansión de lujo y fortaleza de cristal y hormigón —versión doméstico-posmodernista del Alcatraz que vemos en la lejanía en algunos de los planos de la película — de la que Cecilia logra escapar. Pasado un tiempo, y ya instalada en un tranquilo suburbio de la bahía de San Francisco con James (Aldis Hodge), un antiguo amigo de la infancia, ahora policía, y la hija de éste, Sydney (Storm Reid), Cecilia aún no logra recuperarse del miedo y el trauma, ni siquiera cuando le llegan noticias de que Adrian ha muerto y le ha legado una suma millonaria como herencia. Cecilia se siente constantemente observada y acosada por el vacío que la rodea y parece ver peligro donde no hay nada qué ver. ¿De qué tiene miedo? ¿Del hombre invisible?
Grandes aciertos y grandes influencias
El gran acierto de esta película es la manera en que la cámara, el tratamiento del sonido y de la luz son capaces de transmitir la sensación de paranoia sufrida por Cecilia. Los efectos especiales no son aquí la miel que atraerá al espectador ávido de un espectáculo a golpe de pinceladas digitalizadas; no estamos ante una película que quiera enfatizar el potencial tecnológico del cine de ciencia ficción actual, sino más bien ante una producción que parece querer recordarnos que el cine es el mejor instrumento de vigilancia que el hombre haya creado, incluso en la ficción. La clásica pero sutil forma de engañarnos y angustiarnos con la posición de la cámara, con los barridos horizontales a puntos vacíos, y con la ambigüedad de las oscuras profundidades que se abren en el espacio hacen que la anticipación psicológica al terror nos devuelva las dosis de tensión y suspense necesarios como para que esta trama aparentemente clásica y manida no se quede en un thriller simplón.
Con ‘El hombre invisible’ el director Leigh Whannell (‘Upgrade’), más conocido por sus papeles como actor en la saga de ‘Saw’, por un lado parece guiñarle el ojo al ambiente paranoico de ‘Luz que agoniza’ (1944) de George Cukor, pero al mismo tiempo parece beber directamente del suspense creado por la espiral de ambigüedades mentales del ‘Vértigo’ (1958) de Hitchcock.
Qué mejor ciudad que San Francisco para una película donde las apariencias, a veces falsas, los espejismos de la percepción, la visión o la ceguera emocional son clave para mantenernos intrigados y en cierto modo perdidos. Y si de vez en cuando nos mete un susto inesperado, pues, mejor que mejor.
Además, la banda sonora del compositor Benjamin Wallfisch, experimental y clásica al mismo tiempo, inevitablemente (y afortunadamente para la película y su director) apunta a la de Bernad Herrmann en ‘Vértigo’. Podríamos señalar, como puntilla a la herencia Hitchcockiana señalada, que ‘El hombre invisible’ es a fin de cuentas una cámara invisible que enlaza la obsesión de Cecilia con las obsesiones freudianas del detective Scottie (James Stewart), sólo que esta vez, Cecilia no es quien busca ni persigue, sino la buscada y la perseguida.
Elisabeth Moss se hace cada vez más visible
La película no es perfecta, ni mucho menos. El guion está bien estructurado, con suficientes sobresaltos y giros, pero quizá peque de demasiado aséptico o ingenuo en algunos diálogos. Otra de sus flaquezas es el poco convincente retrato del personaje de Adrian, al que Oliver Jackson-Cohen (‘La Maldición de Hill House’) tampoco le hace ningún favor. Ni que decir tiene que Elisabeth Moss (‘El cuento de la criada’, ‘Mad Men’), ya acostumbrada a lidiar en diferentes y variopintas plazas dramáticas, llega al notable en su labor interpretativa, dotando a Cecilia de toda una rica gama de tonos y emociones esenciales para dar vida a una heroína atormentada que ve lo que los demás no pueden ver y lucha a toda costa para que todos lo vean.
Víctimas de los tiempos modernos
Al contrario del relato de H.G. Wells y de anteriores adaptaciones, ‘El hombre invisible’ de Whannell centra el punto de vista en Cecilia, la víctima de la tecnología que produce la invisibilidad. De este modo, Whannell prueba una vez más que un género como el terror de suspense es muy capaz de hacer reflexión crítica del momento actual, donde la tecnología que no vemos ni conocemos, esa que aún nos parece ciencia ficción pero que intuimos existe, deja de ser nuestra aliada para convertirse en esa inquietante maquinaria vigilante y acosadora que nos priva de nuestra libertad incluso cuando dormimos.
Por otra parte, como ya se ha dicho, se puede hacer una lectura, la más evidente y obvia, mucho más social, íntimamente relacionada con el nacimiento y desarrollo del movimiento #MeToo; es decir, como reflexión crítica en torno a las víctimas de la violencia machista, las secuelas psicológicas de los abusos, y la necesidad para que la verdad, por difícil que sea de creer, se haga más visible en una sociedad donde los villanos maltratadores permanecen invisibles durante demasiado tiempo.