»No es una historia americana, es una historia irlandesa», dice Brad Pitt a Harrison Ford instantes antes de fallecer en ‘La sombra del diablo’ (1997) película de Alan J. Pakula que incidía en la relación personal de un terrorista del IRA con un policía americano. Sintetizaba el pesimismo hacia el devenir de lo irlandés. Una suerte de destino que se dirige inexorablemente hacia el abismo. El dramaturgo y director Martin McDonagh, en su cuarto largometraje de título ‘Almas en pena de Inisherin’, articula otro retrato de la isla punzante y alejado de buenismo.
Bajo una apariencia de comedia ligera, con personajes un tanto delirantes y abonado a la extravagancia, compone una fábula demoledora acerca de la desolación, la falta de expectativas, el aislamiento, la rutina y la vejez. Irlanda años veinte. En un minúsculo islote dos amigos de antaño, Colin Farrell y Brendan Gleeson, dejan de serlo por decisión del segundo. La negativa del primero a aceptar hechos consumados, va a trastocar el monótono deambular de los protagonistas. Son tiempos de guerra civil. En la isla colindante se oyen de vez en cuando explosiones que acompañan las pendencias de los personajes.
Farrell y Gleeson encabezan un lujoso reparto
Bajo un ambiente deliberadamente anquilosado, la amistad cimentada en el altruismo sobre aquella que se entiende en términos de interés, sobrevuela el núcleo argumental de ‘Almas en pena de Inisherin’. En su empeño por sondear terrenos poco trillados, de sacudir al espectador, de intentar ser el más listo de la clase, McDonagh comete algún que otro exceso. Es la marca reconocible del autor tras títulos como ‘Siete psicópatas’ (2012) y ‘Tres anuncios en las afueras’ (2017). Guiones repletos de talento que apabullan por acumulación. Queda claro que McDonagh no compra aquello de »lo bueno, si breve, dos veces bueno». Farrell y Gleeson encabezan un reparto que da lustre a una cinta sombría y melancólica. No es una historia americana, es una historia irlandesa.
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