James Gray rumbo hacia las estrellas en ‘Ad Astra’. Una sosegada epopeya estelar, más próxima a la reflexión minimalista que a la pirotecnia grandilocuente, que nos lleva a comprobar, entre otras muchas cosas, que cuanto más huimos de lo que detestamos más próximos estamos a convertirnos en ello. También nos habla sobre lo ciegos que estamos en nuestras ansias de grandeza, y sobre cerrar heridas para avanzar.
James Gray, un valor seguro
Siempre he defendido que James Gray es más que un buen cineasta. Es un valor seguro. Y cuando la historia le acompaña, ese valor seguro cotiza aún más alto. Pues he de admitir que en ‘Ad Astra’ se alinean los astros. El cineasta neoyorquino entrega una de sus mejores obras, fruto de una sólida y evocadora historia al servicio del James Gray más fino.
Roy McBride es instado a embarcarse en un viaje desde La Tierra hacia Neptuno al encuentro de los restos navales que comandaron la fallida misión Lima, y que se creían perdidos junto a sus integrantes. H. Clifford McBride, su padre, fue quien lideró aquella misión que buscaba vida inteligente más allá de nuestros confines. Roy intentará no mezclar intereses personales en esta odisea espacial, pero la tarea se rebela harto compleja cuando asimila que el objetivo final es redescubrir a un padre que creía muerto.
Al encuentro del incauto espectador
Así desarrolla James Gray ‘Ad Astra’, su introspectivo y majestuoso drama sci-fi. Y atípico, porque no decirlo. Atípico en cuanto a deformar los convencionalismos del género, no en cuanto a mantener una linea equilibrada con su filmografía.
Cuántos serán los incautos que salgan decepcionados, y hasta echando pestes, de la proyección. Que si es lenta, que si su clímax final es más bien anticlímax, que si es un cuesta abajo y sin frenos de sopor, que si es fría… En fin, una retahíla de galanterías que demuestran que el problema aquí no lo tiene la película, sino más bien ese espectador despistado que ha comprado el producto como lo que no es. Fruto seguramente de una campaña promocional errónea y poco atinada por parte de Fox respecto a lo que vendía en verdad.
‘Ad Astra’ no es acción, es calma. ‘Ad Astra’ no goza de trazo grueso y al bulto, disfruta de medidos y calculados conflictos internos. ‘Ad Astra’ no desprende artificio, supura verdad. ‘Ad Astra’ es puro James Gray. Por favor, no compren una lavadora si lo que quieren es un microondas.
Las reminiscencias
Se ha puesto de moda iniciar la temporada de cine, esa que finalizará allá por marzo (o a finales de febrero) en los Oscar, con dramas espaciales. Si el año pasado fue con la ‘First man (El primer hombre)’ de Damien Chazelle, este año le ha tocado a el turno a James Gray y su ‘Ad Astra’. Y no me parece mal vicio, ya aviso.
Y precisamente evocar cintas recientes del género me retrotrae uno de los principales lastres de ‘Ad Astra’. Sus continuas reminiscencias a obras sci-fi aún en la retina del espectador, son un problema. Un subtexto a lo ‘Interstellar’ (Christopher Nolan, 2014), ciertas set-pieces a lo ‘Gravity’ (Alfonso Cuarón, 2013), o esa elegancia formal que recuerda a la ya mencionada ‘First man (El primer hombre)’ (Damien Chazelle, 2017) son pequeñas piedras en el zapato de James Gray.
En fin, al realizador le ha faltado ese punto necesario de personalidad para distanciarse más de todas ellas y de otras que seguramente me deje.
Como no amar ‘Ad Astra’
Como no amar ‘Ad Astra’ cuando nos ha permitido gozar de un ‘Mad Max’ lunar en toda regla. Como no venerar ‘Ad Astra’ cuando le ha proporcionado a Brad Pitt uno de sus mejores meses, interpretativamente hablando, al enlazarla con la soberbia ‘Erase una vez en… Hollywood’ de Tarantino. Como no estimar ‘Ad Astra’ cuando nos confirma que el ser humano alberga dentro de sí lo mejor y lo peor del universo conocido.