Épico y sublime espectáculo cinematográfico el que nos ofrece ‘1917’ haciendo que nos zambullamos en la incertidumbre, el horror y el heroísmo del minuto a minuto en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Sam Mendes: entre el clasicismo y la posmodernidad
Muchos recordamos con asombro y admiración la llegada del británico Sam Mendes al Olimpo del cine cuando en 1999 ‘American Beauty’, su primer largometraje como director, arrasó con cinco premios de los gordos (película, dirección, guion original, actor principal y cinematografía) en la ceremonia de los Oscars. Desde entonces, Mendes ha sembrado la historia reciente del cine con títulos nada desdeñables. Ahí están los premios y la miríada de nominaciones, colaboraciones con actores afamados y talentosos (Kevin Spacey, Tom Hanks, Di Caprio), con músicos (Thomas Newman) y con directores de fotografía de primer nivel (Conrad L. Hall, Roger Deakins).
Mendes volvió a brillar con su acercamiento al mundo del cine negro en ‘Camino a la perdición’ (2002). Cuestionó la contradicción del soldado moderno frente a la nueva tecnología bélica en ‘Jarhead’ (2005), y resucitó el claustrofóbico melodrama familiar de violentos giros dramáticos en ‘Revolutionary Road’ (2008), y, por si fuera poco, apuntilló su marca de estilo en ‘Skyfall’ (2012) y ‘Spectre’ (2015), convirtiéndolas en dos de las más oscuras y menos convencionales películas de la saga James Bond. Son títulos que lo han encumbrado como un director de prestigio, clásico y posmoderno al mismo tiempo, con predilección por la peripecia técnica y el realce de la estética.
En sus obras encontramos interesantes apuntes sobre la cara oculta de las relaciones domésticas y la dualidad moral del ser humano. La hipocresía del modo de vida basado en el consumismo y la convención social. La delgada y frágil línea entre el bien y el mal.
‘1917’, la película más personal de Mendes
‘1917’ es la primera película que Mendes firma no solo como director, sino también como guionista, en colaboración con Krysty Wilson-Cairns. Según el propio Mendes, el proyecto nace de las historias que de niño le contaba su abuelo, Alfred H. Mendes, mensajero entre trincheras durante la trágica y cruenta primera Gran Guerra. Por lo tanto, estamos ante un proyecto que recupera la memoria individual y colectiva de aquellos combatientes que no aparecen en los libros de historia.
Un filme, que el propio Mendes asegura siempre quiso hacer, algo personal e íntimo, aunque su ostentoso presupuesto y despliegue de medios nos lleven a pensar justo lo contrario. No busquen moralejas ni reflexiones profundas sobre el absurdo de la debacle que supuso para Europa esta encarnizada guerra. Tampoco busquen la historia con mayúsculas, porque ‘1917’ prefiere centrarse únicamente en el ineluctable sufrimiento de los héroes anónimos que no pudieron evadirse del deber.
La contrarreloj del plano secuencia
El cabo Blake (Dean-Charles Chapman) y el cabo Schofield (George Mckay) son asignados con la misión de despachar un mensaje con el fin de cancelar el inminente ataque que el segundo batallón de las tropas aliadas tiene previsto lanzar sobre las líneas alemanas, ya que éstos se han replegado de manera estratégica (para los aficionados a la historia bélica, véase la estrategia defensiva de la línea Hindenburg) para así encerrar a aquellos en un trampa que podría costarle la vida a 1600 soldados. Tienen ocho horas para llegar al puesto de mando y avisar al general encargado de dar la orden.
Esa es la premisa con la cual Mendes nos obliga a acompañar a estos soldados en un viaje de tintes homéricos a través del incierto territorio del «no man’s land», la tierra de nadie (cadáveres destrozados, ambiente putrefacto, vallas de espino, ratas, barro, lodo, cráteres anegados), filtrarse entre líneas enemigas, y llegar a tiempo al puesto de mando aliado en la vanguardia ofensiva.
Al igual que ya hiciera con el espectacular arranque de ‘Spectre’, Mendes utiliza el plano secuencia como distintivo visual de la narrativa creando la sensación de un plano continuo que solo se rompe con una elipsis temporal hacia el final del segundo acto. La odisea de los personajes es por tanto también la de la cámara, que no se separará de los ellos, y en definitiva, la propia odisea del espectador. Un viaje a contrarreloj por un parque temático fílmico que nos zambulle en el horror, el miedo, y la angustia del minuto a minuto en la guerra, y que por momentos nos envuelve en la subjetividad de los videojuegos de guerra.
Épica concepción para la épica de los desconocidos
‘1917’ tiene rasgos reminiscentes de las cargas épicas en ‘Senderos de gloria’ (Kubrick, 1957), del hiperrealismo de ciertas escenas de acción de ‘Salvar al soldado Ryan’ (Spielberg, 1998) —además del recurso narrativo del hermano que se encuentra en peligro de muerte si se da la orden de atacar — o incluso del uso de la luz de ciertas secuencias nocturnas de ‘Apocalypse Now’ (Francis Ford Coppola, 1979). Pero más allá de posibles guiños, homenajes o influencias, hay en ‘1917’ algo excepcionalmente épico en su concepción, y es que ciertamente todos los elementos de la puesta en escena, diseño de vestuario, maquillaje, diseño de sonido, pero sobre todo la cinematografía del prodigioso Richard Deakins —excepto para las escenas nocturnas, tuvo que rodar mayoritariamente con luz natural—, y el arduo trabajo de producción artística de Dennis Grassner, están confeccionados y coreografiados al milímetro para conseguir una penetrante e incesante sensación de tensión y zozobra muy realista que nos deja sin aliento. Un recorrido casi en tiempo real donde no hay vuelta atrás, y donde no hay cabida para grandilocuentes diálogos ni enigmáticas reflexiones más allá de lo anecdótico, lo sentimental y lo emotivo.
Y es que ‘1917’ es una película épica pero no sobre grandes cuestiones, batallas o nombres de la historia; y quizá por ello tampoco recurra a grandes actores de renombre. Mendes deja claro que esta es una película sobre héroes desconocidos, y por ello se reserva el componente épico (también el trágico) del filme para Chapman y Mckay, actores poco conocidos o mediáticos, pero cuyo magistral ejercicio actoral compensa por la falta de hondura psicológica o introspección de los personajes.
No obstante, la trepidante acción de la película viene subrayada de manera muy acertada por la camaradería y amistad que surge entre Blake y Schofield, por la fe y la determinación, y por un sentido moral para con el deber que parece haberse extinguido en nuestros días. Con respectivos cameos, completan el reparto los internacionalmente aclamados Colin Firth, Mark Strong y Benedict Cumbertbatch, actores de altos vuelos que precisamente interpretan a altos cargos dentro del rango militar.
Pequeñas bayonetas envenenadas
Tras haber sido galardonada con los Globos de Oro a la mejor película y mejor director, y asegurarse siete nominaciones para los próximos premios Oscar de la academia de Hollywood, ‘1917’ se estrena en Europa acompañada de tibias críticas y reservas, en su mayor parte en referencia a un guion poco sólido, de trama simplona, y diálogos que caen en el cliché. Son probablemente los puntos más flacos de la película, pero, a fin de cuentas, ‘1917’ es lo que es, una película de acción ambientada en la Primera Guerra Mundial que se sostiene sobre los pilares de la narrativa épica, el artificio visual y el espectáculo, exhibiendo un muy ágil y eficaz uso de convenciones del cine de acción, de suspense o incluso de terror.
Aun así, Mendes y Wilson-Cairns no dan puntadas sin hilo. “La esperanza es algo muy peligroso”, dice el coronel McKenzie (Cumberbatch); “Asegúrese de que tiene testigos cuando entregue el mensaje; algunos hombres lo único que desean es luchar”, advierte el capitán Smith (Mark Strong). Sin duda mensajes con ostensible afán de remover conciencias, con intención de devolvernos al absurdo de la lucha del hombre por el hombre, y que desgraciadamente nos recuerdan que todavía hoy existen hombres de poder obsesionados con el enfrentamiento y la guerra como emblema de sus políticas. Es más, dado el momento que vive el Reino Unido, a punto de salir de la Unión Europea, que uno de los soldados con los que se cruza el cabo Schofield se cuestione las razones por las que los británicos están librando una guerra fuera de sus fronteras, se nos pueda antojar una bayoneta envenenada que Mendes sostiene en el aire, tal vez esperando que no hiera la sensibilidad de nadie.
En definitiva, podemos decir que con este filme, Mendes, sin pretensiones historicistas y sin apenas hacer uso de efectismos digitales, es capaz de plantarnos en el mismo ojo del huracán de un punto de inflexión para el devenir de la guerra. Ocho horas en la Primera Guerra Mundial del día 6 de abril de 1917, precisamente la fecha exacta en que EE.UU. entra en la contienda. Quizás la película no cuente la historia con mayúsculas como muchos esperaban, y sin embargo, es probable que ya haya entrado en ella.