La trayectoria criminal de Charles Sobhraj inspira ‘La serpiente’, miniserie de ocho capítulos producida por Netflix. En la larga historia de los asesinos en serie (a los que el cine ha retratado desde todos los ángulos imaginables) este sujeto emerge con un aire exótico, que la serie explota, sintiéndose cómoda. Como si sucumbiera a sus encantos con la misma inercia que las desprevenidas víctimas. Quizá sea el lugar en que cometió sus fechorías (el sudeste asiático) o la particular idiosincrasia de los damnificados (hippies seducidos por el embrujo del lejano oriente). El caso es que el personaje se convirtió en una celebridad.
Y la prensa de la época rivalizó por desentrañar sus secretos. Interpretado por Tahar Rahim, vemos a un supuesto vendedor de joyas en busca de incautos a los que drogar, robar y, en progresiva pérdida de control, finalmente asesinar. Pone el foco en un perfil muy determinado: occidentales tan ligeros de obligaciones como ávidos de aventuras y desenfreno. Un diplomático holandés (Billy Howle) va a seguir sus pasos tras la desaparición de dos compatriotas. Contra viento y marea intentará darle caza, pese a la dejadez de las autoridades locales y la oposición de un superior que hace buena aquella caracterización de la carrera diplomática como funcionarios de canapé.
El ritmo de la serie nunca decae
‘La serpiente’ corre hacia delante y hacia atrás en el tiempo con frenesí. Lejos de ser una tara, impone una narración adictiva, tremendamente amena. Lograda ambientación setentera para un thriller que esconde sus carencias bajo el paraguas de una cadencia sostenida, que nunca decae. Tahar Rahim da vida a un criminal oscuro, inescrutable. Probablemente porque su andadura delictiva sólo pueda explicarse desde un profundo desprecio hacia la forma de vida representada por las víctimas.
Esos mochileros a los que el sistema también obvia, y hasta cierto punto desprecia. La relación del protagonista con su novia (Jenna Coleman) y un conmilitón (Amesh Edireweera) deja una sensación gélida. Hay algo de arbitrario en el sometimiento perruno y servil de los mismos a la deriva fratricida de la bestia. No le hubiera sentado mal al conjunto una mayor profundización en la psique de estos personajes.
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