‘White Boy Rick’ se adentra en la caída a los infiernos de Rick Wershe Jr., un niño de 14 años que, en la larga y muchas veces retratada en el cine, historia de los infiltrados y confidentes de la policía federal americana, tiene el triste récord de la precocidad.
Detroit, ciudad en decadencia
Viviendo con su padre y hermana, ausente la figura materna que los abandonó, va a presenciar la degradación de Detroit. Ciudad industrial venida a menos, va a padecer a mediados de la década de los 80 el cierre masivo de fábricas. Fenómeno conocido como deslocalización, eufemismo empleado para referirse a la ruina de un lugar, cuando el capital decide mudarse a caladeros con mano de obra más barata, menos reivindicativa e incómoda. Y a modo de condena, ya se sabe que las desgracias nunca vienen solas, la incipiente plaga de la heroína cebándose con una juventud carente de expectativas.
Con un padre dedicado al trapicheo de las armas de fuego, gran pasión y afición nacional, este joven ayudará en un negocio que a duras penas les proporciona sustento básico. Aquí encontrará su condena. En una clientela poco recomendable, seguida por el FBI, que lo va a reclutar como chivato.
Matthew McConaughey es el padre de Rick
Es la crónica de un juguete roto. De un pobre muchacho víctima de un estado de cosas cruel que se ceba, como casi siempre, con lo más débil de la cadena. Lástima que Yann Demange desaproveche una historia con potencial, contando las cosas de un modo rutinario. Hasta Matthew McConaughey, en el papel del padre de Rick, con poca química frente al joven que encarna a su hijo, pareciera como cansado, imbuido por un hastío del que no se desprende en toda la película.
No reconozco en ‘White Boy Rick’, al director que retrató con portentosa garra el conflicto de Irlanda del Norte en la magnífica ’71, poniendo vibrante ritmo a un soldado perdido en zona hostil. Hay autores a los que cruzar el charco no les sienta nada bien.