Existe consenso entre la mayoría de los científicos sobre la necesidad, antes o después, de colonizar otros mundos si se pretende que el ser humano perpetúe su presencia en el cosmos. Calentamiento global, sobrepoblación, recursos naturales menguantes, conflictos, guerras. Hay nubarrones cerniéndose sobre el horizonte. En ese contexto se desarrolla ‘Voyagers’, última película de Neil Burger. Unos niños van a ser criados y educados para que de jóvenes emprendan un viaje sin retorno de 86 años de duración, rumbo a un planeta donde la tercera generación de estos pioneros logre asentarse.
Les acompaña su instructor y padre del programa (Colin Farrell). La planificación es exhaustiva: roles bien definidos; fecundación in vitro de las mujeres para que tengan descendencia; medicinas que aplacan el efecto efervescente de las hormonas, plan de vuelo sin espacio para la improvisación. Un incidente en la nave amenaza con desatar el caos, derrumbando un entramado cuidadosamente hilado, dejando paso al desorden.
La película daba para más. También en su aspecto visual
Burger intenta reproducir a pequeña escala, en un entorno que en estos tiempos sabe a confinamiento, gran parte de los males que aquejan a la humanidad (envidia, lucha por el poder, liderazgos autoritarios, traición, crimen). Sabe contar historias y la alegoría subyacente a la narración mantiene la tensión. Sin embargo, el perfil trazado de los personajes apenas si tiene capas.
Es en esa superficialidad donde ‘Voyagers’ pierde fuelle y el drama interior de estos jóvenes (que nunca fueron dueños de su destino) no acaba de explotar, como hiciera James Gray en ‘Ad Astra’ con la búsqueda contrarreloj de un viejo astronauta. Tampoco impone esa atmósfera magnética de películas como ‘Aniara’, ni destaca en su aspecto visual, que es cuidado, pero en ningún caso brillante. Llegado el clímax, se deja poco espacio para la sorpresa, incluyendo un mensaje con sabor a moralina un tanto tosco, a partir de su obviedad.
Nuestra valoración