El 22 de julio de 2011, un extremista de derechas, cuyo nombre ha quedado para la infamia, va a perpetrar sendos ataques terroristas. Tras colocar un coche bomba en el distrito gubernamental de Oslo, dirigió su odio hacia un campamento de verano en el que jóvenes del partido laborista se encontraban congregados. Golpe al corazón bisoño de un país en el que la socialdemocracia corre por su médula. ‘Utoya. 22 de julio’ recrea la matanza en la isla de Utoya. 69 personas perdieron la vida.
Sobrecogedora fotografía del horror
Erik Poppe, cámara al hombro, va a retratar el horror enfocando los rostros de los personajes a escasos centímetros. No deja ver más allá. El espectador contempla las sensaciones que padecen los jóvenes, en especial la protagonista (Andrea Berntzen), con la misma incertidumbre que rodea a estos desafortunados adolescentes. Pese a estar en un espacio abierto, ‘Utoya. 22 de julio’ alberga momentos de lograda claustrofobia. La respiración de las víctimas, el sudor que impregna sus cuerpos y unas facciones desencajadas, dotan al relato de potencia e intensidad, en ajustado realismo.
La posible autoría islamista, incluso la posibilidad de un simulacro, son interrogantes que se abren paso, en medio de una creciente desesperación, para confluir en el consiguiente caos. Sabe este director graduar los estados de ánimo con sorprendente naturalidad. No se deja ninguno en el tintero. Tras más de una hora de tiroteo, el abatimiento y el cansancio físico desembocan en el desmoronamiento anímico, de unas mentes llevadas al límite.
‘Utoya. 22 de julio’ centra su mirada en las víctimas
Poppe no le pone rostro al carnicero. Como en el cuadro de Goya, ‘Los fusilamientos del tres de mayo’, la barbarie se retrata desde el anonimato. Apenas dos escenas en el que su silueta se adivina en el horizonte, casi como figura espectral. Sus acciones se intuyen por las periódicas detonaciones de su arma, convertida en un implacable martillo que golpea las entrañas de una nación.
En su anterior película ‘La decisión del rey’, sostenía el futuro del país la determinación de un mandatario a la altura de su tiempo, que no se arrodilla ante la maquinaria nazi. En ‘Utoya. 22 de julio’, los registros son otros. Pero comparten el dramatismo y la trascendencia de unos acontecimientos que han marcado en fuego la historia reciente de Noruega. Tras eso, quizá ya nada sea igual.