‘Urubú’, este osado aunque torpe homenaje a Chicho Ibáñez Serrador por parte de Alejandro Ibáñez, su hijo, me ha dejado sabor agridulce. Un punto de partida demasiado al ralentí a lo ‘El resplandor’ (Stanley Kubrick, 1980), solo que en versión selvática, acaba derivando en una suerte de ‘Los chicos del maíz’ (Fritz Kiersch, 1984) de denuncia social. Todo ello orquestado como velado guiño de hijo a padre, con la ‘¿Quién puede matar a un niño?’ (1976) de Chicho siempre en el hilo musical. Esa es la parte dulce. La agria es acabar resultando todo un homenaje al que le pueden más las ganas de homenajear que otra cosa. Eso, unido a un equipo técnico y artístico en gran medida novel, y a la dificultad innata de rodar en el Amazonas, da como resultado el errático film que al final es ‘Urubú’.
A la caza del urubú albino cueste lo que cueste
Tomás es un fotógrafo y ornitólogo que viaja a la parte brasileña de la selva amazónica a la caza del urubú albino, una rara especie nunca fotografiada con anterioridad. Allá que se lleva además a su pareja, Eva, y a la hija que tienen ambos en común, Andrea. Dos personas a las que últimamente este no hace mucho caso, el urubú y sus cachivaches son su única prioridad. Motivo por el que este arriesgado viaje se tiñe de bálsamo para intentar recomponer lazos conyugales y familiares. Pero he aquí que, ya en plena selva, Andrea desaparece misteriosamente, desatando una pesadilla para sus dos progenitores.
Así desarrolla Alejandro Ibáñez ‘Urubú’, una ópera prima a modo de thriller psicológico de terror rodada íntegramente en plena selva amazónica. Dos grandes trabas, para qué negarlo. Lo de debutar y lo de rodar en tan intimidante entorno. Aunque al final a la propuesta le acaba pasando más factura lo primero que lo segundo.
Parece mentira que un rodaje en el que, por ejemplo: la ciudad más cercana estaba a 400 km. del set, la filmación coincidió con los últimos días de la época seca, o tener que soportar la incómoda compañía de serpientes, tarántulas o mosquitos, no acabe convirtiéndose en el mayor problema de una película. Estrenarse en el largo y que todo salga a pedir de boca, eso sí es todo un desafío. Y a Alejandro Ibáñez no le ha salido el debut todo lo redondo que hubiéramos deseado. Al final, lo que más acaba reflejándose para mal en ‘Urubú’ es la poca experiencia cinematográfica de gran parte del equipo. Una inexperiencia que acaba derivando en no pocos problemas.
Al hilo de lo anterior, por cierto, resulta muy gratificante rescatar entrevistas con el realizador y descubrir los pormenores sobre el arduo proceso de rodaje.
Serpientes, tarántulas y mosquitos
A ‘Urubú’, cinta eminentemente de género y festivalera como la que más que aún no entiendo por qué no está en Sitges 2020, le cuesta horrores arrancar. La clave del film, la desaparición de la hija del protagonista, algo que yo les puedo contar en apenas dos segundos, a Alejandro Ibáñez le lleva casi media película mostrarlo. Un tiempo demasiado valioso que, además, el director no aprovecha para los elementos innatos en la propuesta. Véase, por ejemplo, crear atmósfera o generar un mínimo y lógico in crescendo de tensión. En ese eterno y tortuoso primer acto lo único que vemos es el lento avanzar de una especie de torpe drama excesivamente subrayado y de trazo muy grueso. Algo tan nada sutil como las ganas de homenaje de Alejandro Ibáñez a su padre.
A partir de ahí, y ya con la paciencia del espectador seguramente agotada, llegamos a la segunda parte de metraje. Una parte de la narración eminentemente más aprovechada e interesante, aunque no por ello redonda o falta de asperezas.
Siento que en la parte final de ‘Urubú’ hay cosas interesantes; no originales, pero sí resultonas. Una especie de manto sobrenatural de magia negra y vudú cubre la historia, todo ello desarrollando más si cabe la faceta de horror psicológico del film. Pero al final creo que al guion le han faltado varios minutos de cocción en todos los sentidos.
Lo anterior se refleja en un pequeño detalle. Yo, como espectador de ‘Urubú’, acabo sufriendo más por los actores que por los personajes. Cuando, como poco, habría de haber sido al revés, o en su defecto un fifty fifty. Eso habla un poco mal de la construcción del guion y de la labor de dirección, enfocada sobre todo en la dirección de actores. Al final creo que la inexperiencia de un Alejandro Ibáñez con experiencia previa en la selva, por documentales rodados con anterioridad, pero no con las personas, marca la obra en muchos aspectos.
Lo poco pulido del guion se refleja también en el desenlace: abrupto, brusco y demasiado a interpretación del espectador. Alejandro Ibáñez ni confirma ni desmiente las teorías que te vas planteando durante el desarrollo de la obra, lo que deja patente que él tampoco tenía muy claro lo que quería contar. Bueno, quería orquestar ‘Urubú’ como un film de denuncia social, eso está claro. Lo demás ya, que cada cual ate cabos como pueda.
Nuestra Valoración
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