»Soy entrenador porque no tengo cualidades para jugar. Me cambiaría por cualquiera de los que saltan al campo». Esta íntima confesión, pronunciada por un famoso preparador, bien podría aplicarse a aquellos que por profesión o afición valoramos la calidad artística de lo que hacen otros. Somos subalternos de un mundo que contemplamos, por lo menos en el caso de este cronista, desde la sana envidia. ‘Una obra maestra’, segundo largometraje del italiano Giuseppe Capotondi, comienza con el crítico de arte James Figueras (Claes Bang) disertando frente a un grupo de aficionados acerca de la capacidad sugestiva que ejerce el crítico frente al profano.
De cómo ante las sesudas palabras de un reputado opinador, un vulgar brochazo en un lienzo da lugar a extravagantes interpretaciones, elevando la anécdota a categoría. Sobre ese ejercicio de manipulación, narrado con cinismo y gracia, se abre paso el subtexto que impregna la cinta: el poder destructor de la frustración. Este hombre altivo, seguro de sí mismo y de brillante verbo, esconde un pintor malogrado. La gestión de esas desilusiones y los límites a cruzar en la defensa de cierto estatus, nos sumerge en una intriga que logra atraparme.
En su resolución, la película pisa terrenos trillados
Un excéntrico millonario (Mick Jagger) va a proponer al protagonista (para esta empresa en compañía de una guapa turista que acaba de conocer) robar una de las obras que esconde un artista enigmático (Donald Sutherland). Largo tiempo alejado del foco, desprende ese aura mística propia de los elegidos, que lo aisla del resto de los mortales. También del adinerado que asume su mecenazgo. ‘Una obra maestra’ exhibe un guion inteligente, que da lugar a diálogos donde se abre paso la hipocresía y la impostura, con simbolismos y alegorías destapándose como potentes armas arrojadizas.
Cuando la película toma los derroteros del thriller, y la trama abraza el desvarío, mi interés decrece. Lo que atisbo no me disgusta, pero es un terreno trillado. Le falta la pimienta que sazonaba su primera mitad. Esa que le podría haber dado una presencia menos testimonial de Jagger y Shuterland. Los viejos rockeros, ya se sabe, nunca mueren.
Nuestra valoración