Kantemir Balagov filmó en 2007 su ópera prima ‘Demasiado cerca’, cinta que versaba sobre la violencia en lugares lejanos, alejados del foco y atención mediáticos (República de Kabardia-Balkaria). Y se le consideró una joven promesa del cine europeo. Con su segundo trabajo ‘Una gran mujer’, adquiere el estatus de realidad. Si en su primera obra obtuvo el premio FIPRESCI, en la segunda se alzó con la mejor dirección dentro de la sección ‘Una Cierta Mirada’, ya saben que Cannes siempre mima y cuida a sus hijos.
La acción nos sitúa en el otoño de 1945, en la ciudad de Leningrado. Habiendo sufrido durante la guerra uno de los asedios más despiadados de la historia, 900 días estuvieron sus habitantes falleciendo de inanición y frío, la reconstrucción de la que en su día fuera capital cultural de la Rusia Zarista parece tarea titánica. Otra cosa es la vuelta a la normalidad de muchos de sus habitantes. Esas gentes que habiendo padecido el horror de las privaciones, la violencia y la muerte, deambulan por sus calles como almas errabundas.
Dos mujeres intentar encontrar su lugar
Dylda (Viktoria Miroshnichenko) trabaja como enfermera en un hospital para veteranos de guerra. Las secuelas del conflicto dejan en esta joven un extraño trastorno por el cuál se queda inmóvil, hierática, »helada» dicen sus compañeros, incapaz de reaccionar a estímulos externos. Jugando con su hijo de corta edad en el suelo, sufre un ataque que termina con ella sobre el pequeño, que muere aplastado. Es una escena brutal, desgarradora. La ternura abre paso a la tragedia sin solución de continuidad. La incomodidad que genera no es más que el prolegómeno de una sensación que irá in crescendo a lo largo del metraje.
Cuando Masha (Vasilisa Perelygina), una amiga de los tiempos en que lucharon en el frente regrese a la ciudad, se articula una relación entre dos mujeres rotas por dentro, dónde la obsesión por la maternidad es el reflejo de un trastorno profundo.
Balagov realiza un trabajo de orfebrería
‘Una gran mujer’ tiene una fotografía esplendorosa, aflorando imágenes cálidas, en contraste con la ruina material, también moral, en que se desenvuelven los personajes. Balagov ha escogido a actores de marcados rasgos, de fisonomía pronunciada. Con gestualidad extraña, sus movimientos e interacciones reflejan la anomalía que les asola. Logra una puesta en escena casi teatral, hipnótica en muchos de sus encuadres.
‘Una gran mujer’ es una película compleja, de gran belleza formal, a la vez que perturbadora en el fondo. De revisión obligada, los matices y los subtextos martillean una idea subyacente: la guerra no termina con el último disparo, para muchos continua de manera indeleble, probablemente hasta el fin.