‘The souvenir’, cuarto largometraje de la británica Joanna Hogg, viene a apuntalar un tipo de cine en el que su autora parece acomodada. Muy personal, es probable que su recorrido comercial sea inversamente proporcional al desfile de festivales en los que su planteamiento encuentre refugio.
Cuenta el romance de Julie (Honor Swinton Byrne), estudiante de cine, con Anthony (Tom Burke), personaje que alimenta su magnetismo a partir de un pretendido secretismo. Su excéntrica actitud, unida a unos silencios administrados para su mayor goce, apenas pueden esconder la verdadera causa de su condena. Su figura va a poner picante, una losa de realismo al mundo quimérico en el que la joven parece atrapada.
Extraña, ilusoria relación
Hogg alumbra una inclasificable relación a lomos de unos personajes confusos, vagos a partir de su creciente rareza. La quietud de los encuadres acierta y refuerza la deriva obsesiva de unas conductas destructivas.
Atisbo una oda al cine, al teatro, la pintura, la música, al arte en general a partir de las vivencias de esta neófita cineasta. En mi caso esta apología me llega a medias. Sigo los diálogos, el periplo de los protagonistas, sus devaneos, el aprendizaje y formación de Julie con la distancia que brinda el escepticismo.
Estética marcada por la sobriedad
En ‘The souvenir’, la intriga queda por entero subordinada al mantenimiento de los aspectos formales, apuntalados sobre la base de una estética sobria, a la vez que efectista. Por ello, las elipsis se manejan con arbitrariedad desinhibida, dejando la trama huérfana de suspense.
Siendo loable la apuesta de Hogg por los detalles, a los que se dedica con perspicacia, peca su obra de vocación minoritaria. Y al igual que sucede con otras expresiones artísticas, tengo la impresión que esa característica es buscada con ahínco por su creadora. En mi caso, pertenezco al grupo mayoritario. Concluidas las casi dos horas que dura ‘The souvenir’, el tedio se impone a todo lo demás. Me faltará sensibilidad, supongo.