En una de las primeras escenas de ‘Rapto’, Sebastian (Stefano Salvini), asiste en la Facultad de Derecho a una interesante disección acerca de los límites de la justicia. El papel de las víctimas en su administración y la querencia natural del hombre a aplicar el ojo por ojo, son provocaciones sutilmente lanzadas por el profesor, con el ánimo de avivar en sus alumnos un debate de tremendas ramificaciones.
El protagonista, brillante estudiante y prometedor abogado, coge el guante lanzado por el docente para ubicarse del lado de la ortodoxia. De la ley a la ley. Pronto descubrirá que la barrera que separa la teoría de la práctica, se convierte en un muro infranqueable al sufrir el agravio en carne propia.
Su abuelo es secuestrado
Huérfano, cuando su abuelo es secuestrado, su vida se desmorona. Aplaca su ansiedad implicándose personalmente en la resolución del rapto, mostrando una tensión que Salvini administra con destreza. La acción acontece en Lima, capital de Perú, una de las zonas más desiguales del planeta. La mayor de las opulencias alterna a escasos metros con la pobreza más extrema.
La propia trama de ‘Rapto’ juega con una encubierta lucha de clases. Desde el desprecio de una abuela altiva hacia la pareja de su nieto, hasta los peajes a pagar por acciones inconfesables. Se abre una fosa abisal entre el rico y el pobre. Entre la delincuencia del menudeo y la de guante blanco.
Los pilares morales del protagonista se ponen a prueba
Frank Pérez-Garland dota a este thriller de ritmo a partir de escenas de gran impacto visual. Los inevitables giros argumentales, usados como recurso para potenciar el suspense, acompañan y acentúan el desplome de unos valores largo tiempo asentados. La despreocupación por tener cubiertas las necesidades más inmediatas, posibilita un idealismo que, en ocasiones, se da de bruces con la cruel realidad.
Que tras el secuestro surja un pasado familiar oscuro, dota a ‘Rapto’ de esa dosis de sordidez requerida para cuadrar un agradable entretenimiento.