La última película de Michel Franco, de título ‘Nuevo orden’, resulta más inquietante por sus formas que en el fondo. Como parábola política no quedan claras sus intenciones, incluso parece que se encuentra cómodo en cierta indefinición. Nos sitúa en México. Gente de desahogada posición económica está celebrando la boda de uno de los suyos en la residencia familiar de la novia (Naian González Norvind). Una hacienda espectacular a la que va acudiendo lo más granado de la sociedad. Seguridad privada y un numeroso servicio se encarga de que todo salga a la perfección.
Mientras tanto, en las calles se oyen los ruidos de la algarada que viene. Protestas de las clases humildes contra las acomodadas, que adquieren un tinte desgarrador cuando la marabunta irrumpe en la celebración para no dejar títere con cabeza. Se deja paso al saqueo, al asesinato, la codicia y la impostura. Franco las muestra de manera salvaje, cruda. Impone una violencia explícita, donde el odio enconado explota en un frenesí incontrolable.
Película brusca, sin medias tintas
El pobre frente al rico, el criado frente al señor, el indígena frente al criollo, en un caos que desmorona el orden de cosas establecido. Si Bong Joon-Ho mostraba en ‘Parásitos’ la desconexión entre estratos sociales a partir de lo acontecido en las diferentes dependencias de una casa, en ‘Nuevo orden’ es la opulenta fiesta en el interior de una mansión lo que contrasta con el descontento del exterior. Cuando el ejército toma las riendas de la situación, entra en escena lo peor de la condición humana.
Estado de sitio, control armado de las calles, barrios separados por renta, permisos de trabajo para poder desplazarse, corrupción y un trato humano marcado por la brusquedad y el atropello, constituyen un armazón distópico que Franco hace verosímil. De ahí lo perturbador de su planteamiento. Mezcla inclasificable de géneros (crítica social, drama, thriller, distopía), su nexo de unión es una contundencia que golpea directamente al estómago.
Y me deja tocado.
Nuestra valoración