‘Mr. Jones’, última película de la veterana cineasta polaca Agnieszka Holland, cuenta la gesta del periodista galés Gareth Jones (James Norton), primer occidental que observó y tuvo la osadía de contar al gran público el inmenso crimen que el régimen soviético estaba perpetrando en Ucrania. Una de las peores hambrunas vividas por la humanidad, a cuentas de la colectivización estalinista. Una historia de esta índole no es sencilla de manejar. La gestión de las emociones que realiza Holland me deja un sabor agridulce. Habiendo sido nominada dos veces al Oscar por ‘Europa, Europa’ (1990) e ‘In Darkness’ (2011) ambas magníficas, es una autora acostumbrada a rodar dramas densos, de gran carga anímica. Y viendo la reciente historia de su Polonia natal, ¿podría una artista comprometida como ella desempeñarse de otra forma?.
En ‘Mr. Jones’ los personajes sienten la pesada carga de la catástrofe que están contemplando, y esa losa contagia una narración que se vuelve farragosa, a ratos soporífera. La cinta gana enteros con algunas secuencias atrevidas, en las que se impone la sequedad fílmica. Imágenes duras, para nada gratuitas, secundan de manera ajustada un horror indescriptible. Impacta ver a esas pobres gentes en medio de la inmensa estepa ucraniana, convertida en un desierto helado, vagar en busca de algo con lo que engañar al estómago, mientras la burocracia estatal roba su alimento para llevarlo quién sabe dónde.
Mr. Jones narra una heroicidad
‘Mr. Jones’ rinde homenaje al héroe. A un reportero de raza, comprometido con la verdad. Momentos difíciles para Europa: crisis económica, ascenso de los totalitarismos y democracias menguantes. Las trabas al trabajo emprendido por Jones llegarán de su propio gobierno, desarbolado por la situación interna. De compañeros de profesión como Walter Duranty (Peter Sarsgaard), que lo desacreditarán. Y de buena parte de una intelectualidad de salón que alababa, con la comodidad que brinda la distancia, las bondades de un régimen atroz.
Hay mimbres para articular un thriller político apasionante. Sin embargo, en su afán por engrandecer las virtudes del protagonista, Holland desdibuja al resto de personajes. Hace un retrato de los mismos empleando el trazo grueso, con una ausencia pasmosa de matices. Todo demasiado aleccionador, lineal.
Nuestra valoración