El carácter autobiográfico de la nueva película del director norteamericano Lee Isaac Chung, de título ‘Minari. Historia de mi familia’, le aporta un toque íntimo y entrañable que permea la puesta en escena. Se ve reflejado en un niño de corta edad (Alan S. Kim) que junto a su familia de origen coreano (padre, madre, hermana y abuela materna) va a trasladar su residencia de California a la Arkansas rural. Un lugar apartado, lejos de la gran urbe. Van a vivir en una casa prefabricada en medio de la nada, desde la que este niño contemplará la aventura, los sin sabores y exigencias del sueño americano.
Su padre (Steven Yeun) y su madre (Han Ye-ri) trabajan en una granja de pollos. Se pasan las horas seleccionando a los polluelos, machos a un lado y hembras a otro. Un desempeño monótono, aburrido, y duro que no cubre las expectativas del cabeza de familia. Aquí comienza a vislumbrarse el subtexto que empapa la cinta: la ambición por un futuro mejor y de qué forma administrar esos legítimos deseos.
Película muy emotiva. Transmite mucho con poco
Bajo una apariencia modesta y agarrándose a la sencillez, ‘Minari. Historia de mi familia’ transmite mucho con poco. Adquiriendo un trasfondo de gran calado. El conservadurismo de la madre, reflejado en un comportamiento que huye del riesgo, se contrapone a los anhelos de su esposo. Matándose a trabajar quiere convertir una zona improductiva en una granja que les permita vivir con desahogo. Vender sus propios productos agrícolas, hacer fortuna, ser dueño de su trabajo, alcanzar el éxito.
¿Cómo se mide ese concepto tan subjetivo llamado éxito? ¿Qué sacrificios merece la pena imponer? ¿Dónde están sus fronteras? La complejidad de estos interrogantes, con tantas derivaciones y dimensiones, van a socavar la relación de pareja hasta los cimientos. Chung compone una historia llena de emotividad, con una última escena contemplando crecer el minari, planta de origen asiático, que aquí adquiere un toque melancólico realmente hermoso, muy humano.
Nuestra valoración