Aprovechando el potente tirón del tándem artístico compuesto por Zendaya & Sam Levinson, fruto de la serie de HBO ‘Euphoria’, Netflix los alquila por un rato. Su objetivo: obrar una colaboración de marca blanca (y negra) con ‘Malcolm & Marie’.
Un intenso y exigente drama, de cariz teatral, sobre la peculiar madrugada que vivirá una joven pareja tras un, aparentemente exitoso, acto público. Minutos posteriores, casi vividos en tiempo real, y llenos de crueles reproches y mortales dardos envenenados, en una cruenta lucha de egos que hará tambalearse la relación. Un film desarrollado íntegramente durante el confinamiento iniciado el pasado mes de marzo, y que el 5 de febrero aterrizó en Netflix.
Tensa velada
Una joven pareja llega a casa pasada ya la medianoche. Él, Malcolm. Un altivo guionista y director que acaba de estrenar, ante prensa especializada y con aparente éxito, su primera película de autoría total. Ella, Marie. Una chica de pasado tortuoso, fruto de diversas adicciones, y con incipientes aspiraciones de actriz.
Lo que empieza como una improvisada velada de celebración, rebosante de regocijo y felicidad por el caluroso recibimiento a la obra de Malcolm, poco a poco va tornándose en otra cosa. Una encarnizada trifulca, nacida de un agradecimiento a Marie nunca pronunciado por Malcolm, llena de dolorosas pullas de ida y vuelta con un único fin: mellar una relación que hasta entonces se había mostrado sólida. Pero esa estabilidad ¿era pura fachada, fruto de un mero interés profesional por parte de él? ¿O por el contrario había verdadero amor, como parece demostrar ella?
Con esos mimbres inicia Sam Levinson ‘Malcolm & Marie’. Una cinta cuyo mayor lastre, al margen de unas condiciones de uso un tanto especiales, es no tener muy claro cual es su target comercial. El cineasta no parece tener muy claro cuál es su nicho de mercado, y en esas aguas pantanosas navega todo el rato la película. Una propuesta de cine muy clásico, evocando a John Cassavetes, enfocada a un publico eminentemente cinéfilo. Pero en la que luego te encuentras con que, sus dos protagonistas, parecen un evidente anzuelo para atrapar al público más joven. Un tipo de espectador que, en condiciones normales, jamás se acercaría al film.
El juez hace sonar la campana
Hace tres años Sam Levinson sorprendió a propios y extraños con su ópera prima. La soberbia, aunque radicalmente alejada de ‘Malcolm & Marie’, ‘Nación salvaje’ (2018). Y, si bien es cierto que en los primeros compases de la obra que hoy nos ocupa el realizador recuerda, sobre todo en cuanto a encuadre, a una de las escenas más icónicas y rotundas de aquel debut, luego el film toma otros derroteros tan diferentes como poco estimulantes.
Por desgracia, tras esos primeros compases, ‘Malcolm & Marie’ es como entrar en una rotonda y no saber salir de ella. Como espectador llegas a tener la pegajosa y molesta sensación de dar vueltas y más vueltas sobre un mismo punto, sin llegar en ningún momento a nada.
Estéticamente el blanco y negro le aporta mucha belleza a la rotonda, eso es innegable. Hay varios planos entre lo exquisito y lo bello. Pero más allá de eso, no hay nada en la obra que te haga quitarte de encima la terrible sensación de algo teatral que merodea continuamente las lindes de lo insustancial e inapetente.
Los púgiles
Si hay algo que mantiene mínimamente el interés del espectador en esta propuesta de Sam Levinson son las interpretaciones de sus dos, y únicos, protagonistas. Dos púgiles en un descarnado cara a cara dialéctico que hacen que, los más de cien minutos del film, no parezcan tiempo perdido.
La que más sobresale, seguramente porque el texto está diseñado para que nos acerquemos más a su esquina del cuadrilátero, es la Marie de Zendaya. Actriz que, pasito a pasito, va directa a convertirse en una de las estrellas que guíen el fututo de la industria norteamericana del entretenimiento.
En la otra esquina del ring se sitúa el Malcolm de un John David Washington al que, por muy bien que se le de, siempre acaban comiéndole la tostada sus compañeros de reparto. El guion también le reserva momentos reseñables, por supuesto. Su desbocado speech con la crítica cinematográfica del LA Times como diana, es genial. Pero al final su carencia de carisma cada vez empieza a ser más palpable y peligrosa.
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