‘Madre’ es un drama psicológico que nos devuelve al Rodrigo Sorogoyen más puro, al de ‘Stockholm’ (2013). Ese Sorogoyen ambiguo, enmarañado e incómodo, fanático de pervertir los sentimientos más básicos como radical terapia de choque ante heridas no cicatrizadas.
En todo momento queda patente que ‘Madre’ es un capricho, las cosas como son. Capricho que solo se pueden permitir los que han tocado el cielo con sus manos. Pero ojalá más caprichos así.
Inesperada y atípica continuación
‘Madre’ surge como inesperada y atípica continuación del cortometraje homónimo de 2017 que también dirigió el cineasta madrileño. Fruto del cual obtuvo Rodrigo Sorogoyen su primer Goya y una nominación al Oscar. De hecho, dicho corto es incluido en la propia película casi a modo de prólogo. A partir de ahí el realizador divaga sobre qué pasó con Elena, esa madre que tan mal lo pasó en el corto y que, por consiguiente, tan mal nos lo hizo pasar a nosotros.
A mi ‘Madre’ me ha resultado una buena y, hasta cierto punto, bastante inesperada prolongación del cortometraje previo. Rodrigo Sorogoyen, con la complicidad nuevamente de Isabel Peña en el guión, toma una atípica y súbitamente malvada senda, a medio camino entre ‘Quién te cantará’ (Carlos Vermut, 2018) y ‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ (Yorgos Lanthimos, 2017). Vereda mediante la que logra desarmar al espectador al tiempo que evita lo previsible.
Posiblemente la vereda escogida por Sorogoyen no sea la más agradable. Definitivamente ‘Madre’ no es una cinta, lo que se dice, fácil. Pero es que para transitar por el camino sencillo ya existen otros miles de productos. Si queríais un thriller procedimental de baratillo, poned cualquier cadena generalista un sábado por la noche. Si queríais una cinta romántica de segundas oportunidades, lo mismo pero por la tarde. Rodrigo Sorogoyen no busca el camino fácil, y el espectador consecuente lo sabrá agradecer.
Sorogoyen incomoda como nadie
No pienso negar que ‘Madre’, con quince o veinte minutos menos de metraje, habría funcionado igual. Esa filia de Sorogoyen, fiel a su buen estilo haga lo que haga, por el plano secuencia, deriva aquí en quietud y sosiego fruto del drama en el que se sumerge la historia. Ese defecto en la forma lo compro, siendo en la segunda hora de metraje cuando más se nota el peso de lo dicho anteriormente. Lastre que matará a ese espectador que, además de amante de lo obvio, sea impaciente.
A ello hay que sumarle esa incertidumbre constante de no saber hacia dónde va la historia. No eres capaz de vislumbrar un final acorde, y eso te va destrozando poco a poco. Sensación que, creo, busca a posta el director. ¡Qué bien incomoda Sorogoyen, demonios! Pero lo dicho, el espectador impaciente de antes acaba de ser rematado por el realizador.
Eso sí, cuando llega el final de obra, descubres que no podía haber desenlace mejor. Rodrigo Sorogoyen cierra el círculo de Elena de manera magistral.
Marta Nieto, el alma de ‘Madre’
Si Rodrigo Sorogyen es el cerebro de ‘Madre’, Marta Nieto es el alma. Su labor recayendo el peso de la cámara durante las dos horas de metraje exclusivamente en ella, es excepcional. Que no quepa duda. Fomentada además por esa manera tan particular que tiene el cineasta madrileño de filmar.
Esta ya se salía en el corto de 2017, y aquí tres cuartos de lo mismo pero durante más de ciento veinte minutos. Y así lo atestiguan los sendos premios que se ha llevado en los festivales de Venecia y Sevilla.
Moraleja
Y sabed que el hecho de que exista ‘Madre’ la película no significa que ‘Madre’ el cortometraje haya desaparecido como quemado por bárbaros. Cuando caéis en lo de: «es que Sorogoyen tendría que haber dejado esto en el corto, y basta», parece que de verdad lo pensáis. Que no os guste la película, cosa respetable, no significa que haya dejado de funcionar el corto como instrumento individual. Para vuestra sorpresa, sigue haciéndolo.
Por favor, no os encerréis en pensamientos retrógrados. Para nada ‘Madre’ estropea el cortometraje.