La Quietud es el nombre de la finca familiar en la que Pablo Trapero sitúa la trama de esta espléndida propuesta. Presentada en el último Festival de Venecia, aunque fuera de competición, y en la Seminci de Valladolid, supone el regreso de un director ya en plena madurez creativa tras haber arrasado las taquillas de Argentina con su anterior obra, ‘El clan’, convertida en la cinta de mayor recaudación en la historia de su país superando a la oscarizada, ‘El secreto de sus ojos’, de Juan José Campanella.
Tráiler de La Quietud
Matrimonio no tan idílico
Un matrimonio reúne en la finca familiar a sus dos hijas (la mayor recién llegada de París), ante el estado de salud en pleno deterioro del padre y la necesidad de poner orden en asuntos relativos a herencias y usufructos.
Bajo el paraguas de una familia modélica, entrañable en su felicidad y con fuertes vínculos afectivos, se esconden otras realidades que Trapero va dosificando en una eficaz puesta en escena, incrementando paulatinamente el interés del espectador. Un insignificante e insustancial cambio de impresiones entre la madre y la hija menor, empieza a reflejar que el idilio hogareño no traspasará la capa de la epidermis.
Sendas interpretaciones de altura
Encuentra la película apoyo y crédito en la simbiosis que entablan las dos hermanas protagonistas, interpretadas por Martina Gusman (pareja de Trapero en la vida real) y Berenice Mejo, en un notable ejercicio de compenetración. Añaden a su parecido físico una complicidad que logra traspasar la pantalla.
La cinta hace aflorar y describe situaciones durísimas, incómodas verdades de compleja digestión derivadas de la dictadura militar de finales de los setenta y principios de los ochenta, mostrando heridas aún no del todo cicatrizadas por la sociedad Argentina. Se muestran sin maniqueísmos, tomando como referencia las complejidades y los claroscuros de la existencia humana.