‘La misma sangre’ es el título del tercer largometraje del director argentino Miguel Cohan, disponible en Netflix. La cinta comienza con una cena familiar. Una reunión del matrimonio formado por Adriana (Paulina García) y Elías (Óscar Martínez) con sus dos hijas y sus respectivas parejas. Establecida la presentación de los personajes, Cohan entra rápido en materia.
Un accidente doméstico desata la zozobra
La rutina de una familia normal, se verá alterada por un accidente doméstico en el que Adriana pierde la vida. Santiago (Diego Velázquez) sospecha que su suegro Elías oculta algo. Que de alguna forma está implicado en la muerte de su esposa. Nos encontramos frente a un thriller de factura impecable. La narración de los hechos desde las diferentes perspectivas de los protagonistas, viene a reforzar el entramado dramático en una sugestiva exposición de ideas. Notable virtud a la hora de potenciar la intriga.
Los personajes de ‘La misma sangre’ hablan más por sus silencios que por sus palabras. Percibes la angustia, el miedo, la duda y un padecimiento interior crudo, casi descarnado. El reparto está sobresaliente, en especial Oscar Martínez. Mantiene a lo largo del metraje una magnética gestualidad, conforme su existencia se precipita hacia el abismo.
Viendo la obra, delibero sobre la trascendencia de ciertos momentos de la vida. De cómo decisiones puntuales, tomadas no desde el raciocinio, sino de manera impulsiva, por intuición, desde el instinto de supervivencia más primario, pueden alterar el rumbo de las cosas. Y desatadas las hostilidades, el control de daños se hace imposible. Se escapa a nuestro control. La ciencia matemática le llama Teoría del Caos. Pequeñas fluctuaciones en las condiciones iniciales de un problema, conllevan soluciones muy diferentes a complicadas ecuaciones, resultando quimérico el intento de cualquier previsión. Quizás les suene aquello del aleteo de una mariposa, que provoca un tornado al otro lado del mundo.
Obra compleja
‘La misma sangre’ adquiere potencia a partir de unas premisas nada lineales. El drama de los personajes tiene sus aristas, altos y bajos, contradicciones de difícil encuadre. La degeneración y deterioro de una convivencia que en alguna ocasión transitó por terrenos menos agrestes, contada con pulso firme. De nuevo los actos más sórdidos, en forma de barriobajeras traiciones, no tienen que buscarse en lejanos lugares, ambientes exóticos o marginales. A menudo acontecen a nuestro lado, en nuestro ámbito familiar. No se debe subestimar el poder del odio hacia quién antaño fue objeto de nuestro afecto.