Los argentinos Fabio Junco y Julio Midú codirigen ‘Hojas verdes de otoño’. Película con cierto aire crepuscular, presenta a una familia rota debido a la adicción alcohólica del padre. Enclavada en un entorno rural, sin buscar elementos que induzcan a la claustrofobia, sí que se sostiene sobre un ambiente opresivo. Un espacio desagradable que acompaña la decadencia personal de los protagonistas.
Cuatro miembros de lo que antaño fue una familia
‘Hojas verdes de otoño’ disecciona con mordaces maneras lo disfuncional de una familia que naufraga ante un padre borracho, hundido en un pozo sin salida. Lo efectúa a través de la mirada de Dante (Bautista Midú), un niño cercano a la preadolescencia. La amargura indisimulada de su madre; el desistimiento del hermano mayor, abrazando el abandono como como vía de escape; más la carestía acechando sin misericordia alguna, se clavan como un cuchillo caliente sobre un taco de mantequilla.
El abuelo paterno y la abuela materna actúan como exclusivo sostén psíquico de un joven, obligado a madurar a fuerza de varapalos. El debutante Bautista Midú, con rostro melancólico, emana una contagiosa tristeza. Sin aspavientos o exageraciones melodramáticas, se añade la pimienta justa para empatizar con la historia. Se agradece la ausencia de atajos sensibleros. Trucos con poco aliño al socorrido efecto del exhibicionismo.
La posibilidad de cambio. El clavo ardiendo al que aferrarse
Cuenta en su haber, ‘Hojas verdes de otoño’, con el poderoso reclamo de la liberación. Una esperanza hacia un pasado sin ataduras. El retorno al instante, ahora tan lejano, en el que empezó todo. Para lo cuál, la bisoñez del protagonista, lejos de convertirse en impedimento, ejerce de motor incombustible. Hasta el último momento Dante ofrece una loable resistencia hacia la adversidad. Su pulso no resulta fácil de doblegar.
Cine humilde. Esquelético en producción, pero abundante en ideas y gusto.