El tratamiento de la mafia en el cine ha alumbrado productos de calidad superlativa. La trilogía de ‘El padrino’ de Francis Ford Coppola sea quizá la mejor saga de la historia. Aunque mi preferida sea ‘Erase una vez en América’, de Sergio Leone, en la que recorría a lomos de unos niños, luego convertidos en criminales, una etapa apasionante del mundo contemporáneo. ‘El traidor’, de Marco Bellocchio, basa su propuesta en la ruptura del rancio y sagrado código siciliano de la omertá.
La película centra su mirada en el hombre que primero habló
Tommaso Buscetta (Pierfrancesco Favino) fue el primero en hablar largo y tendido sobre un microcosmos rodeado de oscurantismo. Donde los trapos sucios se lavaban en casa, empleando los métodos más sórdidos, pese a que sus instigadores pusieran gran empeño en edulcorarlos bajo eufemismos de leyes de honor y familia. Marco Bellocchio despoja a los mafiosos y sus conmilitones de cualquier aura mítica o legendaria. Hay un retrato crudo, brutal e inmisericorde de unos personajes agrestes. Chabacanos en las formas y podridos por dentro. Pierfrancesco Favino logra que la muerte se perfile alrededor de su personaje como un elemento más del paisaje. La hace insustancial, despojándola de cualquier connotación ética o moral.
No sale bien parado el estado italiano en ‘El traidor’. Lo débil y esquelético de su condición, encuentra afortunada metáfora en el magistrado que juzga a los criminales. Desbordado, incompetente, preside un simulacro de juicio ante un espectáculo de bochorno.
Andreotti y Falcone como símbolos
Percibo la soterrada lucha que se ha librado en el pasado reciente de aquel país entre la lucha implacable para con el crimen organizado, y cierta contemporización con el mismo. Un pacto no escrito con el que aminorar las repercusiones y consecuencias de las actividades delictivas.
Giulio Andreotti y el juez Giovanni Falcone son las figuras que mejor representan en el imaginario colectivo ambas actitudes. Villano y héroe desfilan en ‘El traidor’ para completar una iconografía, aun con sus licencias, no exenta de pesimismo.