La pseudodistopía bizarra, a modo de agobiante thriller y con conciencia social de este 2019, no se titula ‘Parásitos’, se llama ‘El Hoyo’. Y con todas las de la ley el film venció en la pasada edición del festival de Sitges, aunando galardones como el de mejor película y el premio del público. Pero por desgracia, mientras Galder Gaztelu-Urrutia carda la lana, Bong Joon-ho se lleva la fama.
Mirando a los ojos al referente
El realizador vasco Galder Gaztelu-Urrutia debuta en el largometraje con ‘El Hoyo’. Formidable obra a medio camino entre el thriller de terror con inclinación por el opresivo encierro, a lo ‘Saw’ (James Wan, 2004) o ‘Calle Cloverfield 10’ (Dan Trachtenberg, 2016); y la sci-fi más distópica con calado social a lo ‘Rompenieves (Snowpiercer)’ (Bong Joon-ho, 2013). Genial mezcla ante la que ‘El Hoyo’ no se achanta.
Dentro de esa denodada propuesta ‘El Hoyo’ también se atreve a convertirse en nuestra ‘Westworld’ particular. Esa prisión/atracción en la que nos mete de cabeza Galder Gaztelu-Urrutia, y su posterior desarrollo de acontecimientos, sigue veredas bastante paralelas a las de la serie de HBO. La sedición contra un sistema opresor con evidente complejo de dios ha empezado.
Durante sus noventa minutos de metraje ‘El Hoyo’ le mantiene la mirada a sus referentes, virtud que pocas cintas con reminiscencias de tal calibre son capaces de llevar a cabo. Lo fácil es perecer sepultado, pero este primer trabajo de Galder Gaztelu-Urrutia siempre asoma la cabeza.
Mi villano recurrente
Hace no mucho le reproché a ‘Parásitos’ su inoportuna inclinación hacia la innecesaria sobreexplicación. Y quizás esté yo muy pejiguero últimamente, quien sabe. Pero vuelvo a toparme de bruces con ese mismo villano que se ha convertido en mi talón de Aquiles.
Darle al espectador, antes de la experiencia hardcore, un manual de instrucciones que, precisamente, le ponga sobre aviso de dicha experiencia hardcore, se ha convertido en mi Doctor Octopus particular. Durante todo el primer acto de ‘El Hoyo’, el por lo demás sólido guión de David Desola y Pedro Rivero, se muestra impertinentemente sobreexplicativo. Particularmente no veo la necesidad de que al personaje de Ivan Massagué le detallen punto por punto el percal en el que se ha metido. Entiendo que él, como participante del juego, quiera saberlo. Y seguramente yo, como espectador, también quiera desentrañar esos pormenores. Pero no de sopetón y mal, ya que eso resta disfrute de lo que se supone ha de ser una experiencia radical.
¿Se imaginan todo el primer acto de ‘El Hoyo’ sin que Trimagasi le explique el modus operandi a Goreng y, por consiguiente, a ti?… En ese borrador del guión nunca explorado por los guionistas, y que fantaseo con que existe, el protagonista de la película se lo va encontrando todo poco a poco, y tú con él.
Mantener ese halo de misterio sobre los pormenores de la trama no solo beneficia al producto, sino que ayuda a potenciar el factor thriller. Y ello torna aún más necesario en experiencias decididamente hardcore como esta de Galder Gaztelu-Urrutia.
Si creen que ‘El Hoyo’ habría sido mejor así, son de los míos. Por fortuna es una piedra al inicio del camino.
Fondo y forma
‘El Hoyo’ se articula como un crudo recipiente que encierra nuestra sociedad. El ser humano como enemigo numero uno del propio ser humano, y la humanidad como principal adversaria de la propia humanidad. Todo ello además pudiéndose extrapolar a otros ámbitos, tales como: la religión o la política. Y rematado por un desenlace absolutamente genial y atinado.
Esta propuesta de Galder Gaztelu-Urrutia, eminentemente teatral en lo puramente escénico, también luce un muy cuidado apartado visual. Lo que consolida mi veneración hacia el film. El diseño de producción destaca sobremanera, tanto o más que el texto o la dirección.
Y equilibrando fondo y forma encuentra ‘El Hoyo’ esa sana armonía que hace aún más grandes las ya de por sí buenas películas.