‘El hijo’ de Netflix (no confundir con ‘El hijo’ de Yaroveski) es una producción original de la plataforma, segunda película del director argentino Sebastián Schindel. Esta vez, la película merece la pena. La propuesta manosea y juega con el deseo, en este caso la maternidad. El instinto maternal se muestra a través de una embarazada, que lo ejecuta desde la psicopatía. En plano secundario queda la impotencia de otra mujer, incapaz de concebir, que lo contempla desde la rendición.
Lorenzo (Joaquín Furriel) y Sigrid (Heidi Toini) son un matrimonio que buscan un hijo. En particular ella, bióloga de profesión y de origen Noruego. Él parece dejarse llevar, con las actitudes distantes del que observa la vida desde lo bohemio, siempre reñido con lo convencional. Intenta abrirse camino en el complejo mundo del arte. Es pintor y de su primer matrimonio le quedan dos hijas, con las que no mantiene contacto alguno. Cuando esta mujer queda embarazada, adquiere su proceder un toque oscurantista, descorchando una serie de acontecimientos que destruirán el vínculo de la pareja, ubicando a su cónyuge al borde del abismo.
Un thriller psicológico que se pasa en un suspiro
Los antecedentes que lo han situado de esta suerte, son narrados mediante una puesta en escena que abunda y se recrea en lo anómalo. Los comportamientos obsesivos de Sigrid, su querencia por la automedicación, la decoración espartana que impone a un hogar otrora reflejo de luminosidad y el deseo de dar a luz en casa, constituyen elementos que anticipan lo poco saludable de la relación. Todo comienza a enquistarse a su alrededor. Se impone un ambiente turbio donde el suspense fluye con naturalidad.
Mención aparte merece la anciana que va a acompañar a la embarazada desde las primeras semanas de gestación. Le da vida Regina Lamm. Su magnético y cortante temperamento, de frías formas escandinavas, bien merecerían su propia serie en la plataforma. Hablan noruego entre ellas, incrementando el martirio y la sugestión de un hombre, a estas alturas, convertido en convidado de piedra en su propia casa.
Schindel sabe graduar la intriga
Quedo embebido frente a la creciente paranoia que aqueja a este artista. Medicado hasta el manillar, no reconoce a su hijo, en el bebé que le presenta su ya ex mujer. Va a encontrar exclusivo apoyo en una abogada, antigua novia de juventud (Martina Gusman), que va a vivir el periplo desde el escepticismo.
‘El hijo’ acaricia los clichés del género con argucia. Sin sorprender en su conclusión, posee este autor la virtud de la proporción. Llegado el clímax, el metraje ha pasado en un suspiro. Y deja en el rostro de Gusman, esa candente perplejidad ante la iniquidad de la condición humana.