La producción original de Netflix ‘El extraño’, dirigida por el australiano Thomas M. Wright y basada en hechos reales, comienza con un discurso en off que pareciera sacado de cualquier sesión con el psicoterapeuta para tratar esa horrible lacra de los tiempos modernos llamada ansiedad. Porque ese es el espíritu que mueve la película. Surfear sobre la angustia de un orden policial en general y del protagonista en particular, por encontrar al culpable de la desaparición y posterior asesinato de un joven.
En ese manejo de la necesidad, con el tiempo apretando y los recursos agotándose, la cinta se abre paso, sobreponiéndose a un guion algo esquelético. Joel Edgerton se mete en la piel de un agente infiltrado. Su objetivo es entablar complicidad con el sospechoso 28 (Seam Harris), genérica denominación con la que se identifica a uno de los presuntos responsables de un crimen sin resolver desde hace ocho años. Ganar su confianza y aflorar una confesión que finiquite las pesquisas, deviene en tarea compleja. No se van a escatimar esfuerzos.
Tremenda pareja protagonista
Wright, consciente del potencial que atesoran sus estrellas, echa mano de los primeros planos, explotando toda su expresividad. Ahí la pareja protagonista, Edgerton y Harris, luciendo frondosas barbas, marcadas facciones y alicaídos ojos que suplican ayuda, se comen la pantalla. Rostros crepusculares, vencidos por la vida y todas sus afrentas. Es una historia de topos sin apelar a la épica de cintas como ‘Infiltrados’ (2006) o ‘Donni Brasco’ (1997).
Si en estas, Leonardo Di Caprio y Jhonny Depp se la jugaban en entramados forjados por criminales que coqueteaban con suplantar al estado, corroyendo sus estructuras, en ‘El extraño’, Edgerton, además de con sus propios problemas, lidia con un malhechor solitario, en los estertores de su existencia. Por ello, la cinta se mueve siempre en terreno tan decrépito como fascinante. Aplastada por su inherente sordidez.
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