Una de las películas más rezagadas de la ya vetusta, aunque no lejana temporada festivalera 2020, llega a su particular línea de meta: el espectador medio. ‘Cowboy de asfalto’, ópera prima de Ricky Staub en la que se acaba rebelando mejor el marco que el cuadro, aterrizó en el catálogo de Netflix el pasado 2 de abril.
La cinta, encabezada por Idris Elba, se orquesta a modo de drama de rebeldía adolescente con cariz paternofilial y trazas de western crepuscular. Un trabajo basado en la novela «Ghetto cowboy» de Greg Neri que vivió su puesta de largo en el pasado Festival de Toronto y en el que, al final, el curioso y particular trasfondo le acaba robando todo el protagonismo a cualquier otro elemento innato en la propuesta que pretendiera llevar el timón.
Ovejas descarriadas y una apisonadora llamada progreso
Cole es un obstinado y rebelde adolescente de Detroit al que su madre no consigue encauzar. Por ello, y casi que como último recurso, esta decide obligarle a vivir en Philadelphia con Harp, su padre. Este, veterano criador de caballos, es oriundo de la tan icónica como desconocida calle Fletcher, aka Fletcher Street Stables. Una zona marginal de la archiconocida ciudad norteamericana, habitada exclusivamente por un pertinaz grupo de afroamericanos que parecen anclados en el salvaje oeste.
Y es que, como comentan varios historiadores, uno de cada cuatro vaqueros estadounidenses era de raza negra. Aunque en verdad no puede existir en Hollywood un género más blanco que el western. Sea como fuere, Cole detesta sin miramientos la vida que llevan su padre y sus compatriotas. La calle Fletcher es el último lugar de la Tierra en el que quisiera estar, así que para seguir con esa tónica de malos hábitos que le ha llevado ahí, empieza a codearse con Smush. Un torpe aspirante a mafioso local.
¿Será capaz Cole de encontrarse a sí mismo en tan peculiar emplazamiento o aguantará como oveja descarriada hasta las últimas consecuencias?… ¿Serán capaces Harp y su irreductible bastión de mantener el ritmo de vida al que se han acostumbrado en la calle Fletcher o esa inevitable apisonadora llamada progreso los moldeará a su voluntad?… Esas son las grandes cuestiones que sobrevuelan sobre ‘Cowboy de asfalto’.
‘Cowboy de asfalto’: La escuela Chloé Zhao
La madrugada del pasado 25 de abril ‘Nomadland’ (Chloé Zhao, 2020) se coronó en la 93º edición de los Oscar. Y ustedes se preguntarán, extrañados, a cuento de qué viene semejante dato cuando estamos hablando de ‘Cowboy de asfalto’. ¡Pues sí! Tiene mucho que ver. Atentos, atentos.
El film de Ricky Staub que ahora nos ocupa es un más que evidente rescoldo, del fuego aún candente, de la personal escuela de la cineasta. Antes de que Zhao llegase al gran público con ‘Nomadland’ firmó otro trabajo, superior a mi juicio, que ya contenía todo por lo que ha triunfado ahora. Hablo por descontado de ‘The rider’ (2017). Film del que ‘Cowboy de asfalto’ se erige como prima hermana lejana en más aspectos de los que pudiéramos desear.
Tanto en forma como en fondo ambos trabajos comparten, no solo ya género y fondo de armario, sino estilo. Ambos son dramas, a modo de westerns urbanos, en los que personajes perdidos emocionalmente pretenden reencontrarse consigo mismos al tiempo que buscan su lugar en el mundo. Todo ello con ese curioso estilo de falso documental que incluye a personas del mundo real interpretándose a sí mismas.
Definitivamente, y aunque aún no queramos o no nos atrevamos a reconocerlo, Chloé Zhao ha calado mucho en Hollywood.
Voluntario o involuntario, pero fallo
Como ya se dijo al comienzo de esta review, el gran lastre de ‘Cowboy de asfalto’ es ser un producto en el que destaca más el marco que el propio cuadro. Con el paso de los días he llegado a pensar que ello está hecho a posta por Ricky Staub y Dan Walser, el co-guionista. Aunque, si es así, me sigue pareciendo un fallo.
Esa subcultura yankee de los cowboys afroamericanos en Philadelphia, con más de cien años de antigüedad según parece, es un marco incomparable. Entiendo que, a quien ya lo conociera, le resulte menos sorprendente o llamativo. Pero para el neófito en la materia es un pequeño hallazgo. Y la vedad sea dicha, complementar ese trasfondo con un drama paternofilial tan mecánico y previsible como el narrado en ‘Cowboy de asfalto’ acaba resultando una afrenta. Hace que el conjunto quede totalmente deslucido.
Ya digo, puede ser que Ricky Staub lo haya hecho a posta. E incluso puede ser un defecto heredado de la novela de Greg Neri. Pero sea como fuere, rechina mucho.
Nuestra valoración