La realizadora galesa Prano Bailey-Bond debuta en el largometraje con ‘Censor’. Una estimulante y fascinante ópera prima, a modo de cinta de terror psicológico, en la que se nos muestra cuan víctimas de la censura somos.
El film se enmarca en el contexto de ese convulso e hiper conservador Reino Unido de la década de los ochenta, controlado con mano de hierro por Margaret Thatcher, en el que el cine, entre otros muchos ámbitos, sirvió para justificar el aumento de la delincuencia o el malestar social. Ello, con la activista Mary Whitehouse a la cabeza, desembocó en una censura exacerbada por parte del estado. Lo que derivaría en la proliferación de las denominadas como películas nasties con la consecuencia directa de redadas en videoclubs y aberraciones similares.
El film, que llegó a la cartelera norteamericana el pasado 11 de junio, se vio por primera vez en enero en el marco del Festival de Sundance. En España se encuentra a la espera de distribución, y todo hace indicar que acabará de tapado en alguna plataforma de streaming.
El séptimo arte como escudo de Thatcher
‘Censor’ nos sitúa en pleno año 1985. Enid Baines es una meticulosa e introvertida censora que trabaja para el estado evaluando películas antes de su lanzamiento al gran público. El séptimo arte es uno de esos nichos señalados directamente como eje central de una nación revuelta, y por ello mirado con lupa.
Es entonces cuando el estreno de una de esas muchas cintas en formato VHS que por aquel entonces proliferaban por el país en los en alza videoclubs, es puesto en entredicho. El principal detonante es un crimen que se traslada de la pantalla a la vida real de manera calcada. El asesino, además, reconoce haber visto dicha película al tiempo que admite no recordar nada de lo que sucedió después, aduciendo haber sido poco menos que poseído por la cinta. O esa es al menos la versión de un cuarto poder ávido de carroña con la que nublar aún más el ya de por sí maleable juicio de un ciudadano de a pie bastante confuso.
Enid en el ojo del huracán
Precisamente Enid fue la encargada de supervisar el montaje final que llegó al espectador, y por ello es linchada públicamente. Pero ahí no acaba la cosa para nuestra protagonista. Una de las últimas obras que ha de evaluar, titulada ´Don´t go in the church´ y firmada por Frederick North, un prolífico realizador habitual del género, desentierra un turbio acontecimiento de su pasado.
Cuando esta era joven presenció como su hermana Nina desaparecía misteriosamente en el bosque. Hecho que, aún hoy, ni se ha resuelto ni ha sido capaz de superar aunque intente mostrarse fuerte ante el mundo. Para hurgar más en la herida los padres de esta le presentan el acta de defunción de Nina, mera burocracia mediante la que pretenden cerrar ese trágico episodio de sus vidas.
Es tras todo ello cuando una Enid más turbada que nunca empieza a fusionar realidad y ficción, con consecuencias del todo imprevisibles. Esta se transforma poco a poco, entre delirios esquizoides, en juez, jurado, ejecutor y víctima de la tiranía del cerebro convertido en involuntaria tijera que cercena lo que no nos agrada.
Así se desarrolla ‘Censor’, trabajo con el que Prano Bailey-Bond llama a la puerta, si es que no la derriba del todo directamente, de los Peter Strickland, David Bruckner, Ben Wheatley, Matthew Holness y compañía. Claros abanderados de una interesante camada de cineastas british que están aupando el fantástico y el terror con vocación más de autor.
Los ecos de ‘Censor’, primera parte: David Lynch
Aunque ‘Censor’ es una obra con bastante personalidad propia, quedan patentes varias de las muchas referencias que ha manejado Prano Bailey-Bond en su puesta de largo como directora.
El cine de David Lynch en general, y ‘Carretera perdida’ (1997) en particular, es uno de los ecos más obvios. Y no solo ya en lo más evidente, esa presencia recurrente, casi obsesiva, de monitores de televisión emitiendo estática que quién sabe si no ocultan algo más que simple estática, sino por ciertas escenas que llevan directamente a aquella genial obra de Lynch o ciertos estilemas de su cine que derivan directamente en el universo del cineasta.
La escena en la que Enid atisba primero y luego penetra sin remisión en un angosto pasillo en penumbra, es casi una inesperada prolongación de aquel perturbador momento en el que, primero Bill Pullman y más tarde Patricia Arquette, observaban con inquietud un espacio similar. Una escena de puro terror que aquí en ‘Censor’ adquiere connotaciones similares.
Aunque lo dicho, no es el único momento lynchiano que nos brinda Prano Bailey-Bond. Hay una escena que involucra a la madre de Enid que hiela la sangre y que nos brinda a una cineasta con ganas de perturbar.
Los ecos de ‘Censor’, segunda parte: Denis Villeneuve
Otra obra que asoma la patita por debajo de la puerta en ‘Censor’ es la portentosa y eternamente infravalorada ‘Enemy’ (2013), del canadiense Denis Villeneuve.
Ese juego de dobles identidades que crea nuestra mente, cual censor al servicio de una dictadura, para ocultar debajo de la alfombra vergonzosos acontecimientos de nuestro pasado o rasgos de personalidad que repudiamos, aflora aquí. Un ignominioso yo oculto entre la maleza que empieza a salir a la luz por las malas incitado por factores externos, en ambos casos: el séptimo arte.
Y es que, tanto la Enid que compone aquí de manera estupenda la actriz Niamh Algar como el personaje interpretado por Jake Gyllenhaal en aquella genial cinta de Villeneuve comienzan su personal descenso al abismo en un videoclub interesándose por la obra de un actor en el que se ven misteriosamente reflejados. Vale que en ‘Censor’ el asunto no va tanto por el sendero del Doppelgänger, pero juega en esa liga.
Otros ecos de un notable trabajo
‘Censor’, en menor medida, también atraviesa en ciertos momentos por ese body horror a lo David Cronenberg. Todo ello en una propuesta visual que pulula desde el giallo en lo puramente estilístico y formal hasta el J-Horror. Todo ello en una obra de esas que van creciendo con los revisionados fruto de una Prano Bailey-Bond que va dejando un reguero de miguitas de pan de esos que solo se descubren al pisar de nuevo esas huellas que previamente habíamos dejado. No hay diálogo escrito al azar o decisión visual fruto de la casualidad. Todo en esta ópera prima atiende a un propósito y, si sabes dónde mirar, caerás hipnotizado en su red de detalles.
Nuestra valoración