Es la esencia del polar lo que sustenta la tensión narrativa en las películas del actor, guionista y director francés Olivier Marchal. La última, de título ‘Bronx’ y producida por Netflix, vuelve a adentrarse en un policíaco de contundente sequedad, con tipos rudos, donde la trama principal queda supeditada a la gestión de los conflictos interiores y claves que zarandean el estado anímico de los protagonistas. Y por ello resulta paradójico que el retrato que se realiza de los mismos quede en gran medida incompleto.
Todo ese torrente dramático que amenaza con explosionar, dando lugar a imprevisibles consecuencias, queda en meros fuegos artificiales, aderezados, eso sí, por un batiburrillo que va in crescendo conforme avanza el metraje. Lannick Gautry es un agente de la policía francesa que sentirá la necesidad de proteger a sus compañeros de brigada ante el fuego cruzado al que son sometidos por las corruptelas de algunos, las rivalidades que surgen entre bandas criminales y una operación policial fallida.
Interpretaciones sin garra
Marchal mueve a sus actores a lomos de un guion enrevesado, difuminando el carácter ético o lícito de los propios actos. Un ejercicio de ambigüedad moral con la que alumbra un thriller que no pasa de discreto. No logra transmitir el turbio enfrentamiento entre buenos y malos de ‘Asuntos pendientes’, con Daniel Auteuil y Gérard Depardieu en un formidable juego de espejos. Ni la negra atmósfera de ‘Mr 73’. Tampoco ayudan unas interpretaciones un tanto sosas, muy alejadas del formidable ejercicio interpretativo de Gérard Lanvin en ‘Los Lioneses’.
‘Bronx’ se mueve bajo unos parámetros mucho más convencionales. Incluso las escuálidas escenas de acción por una Marsella con poco glamour me dejan frío, dado los antecedentes de su creador. En ese tira y afloja para desembarazarse de los clichés del género, Marchal apunta algunas maneras del reciente cine negro francés, pero no termina por apretar el gatillo. Un autor al que se le debe exigir mucho más.
Nuestra valoración