Londres vive un incremento exponencial de la delincuencia y los crímenes que tienen al fenómeno de las tribus urbanas detrás. Tráfico de drogas, lucha por el territorio, marginación, guetos. Un caldo de cultivo potencialmente explosivo. No es de extrañar que el musical de Rapman en tres partes colgado en youtube, se haya convertido en un fenómeno de culto, recibiendo millones de visitas. En ‘Blue Story’, Andrew Onwubolu firma su ópera prima adaptando la exitosa serie.
Stephen Odubola y Micheal Ward interpretan a dos amigos y compañeros inseparables. Estudian en el mismo instituto, salen juntos, acuden a las mismas fiestas. Son casi hermanos. Sin embargo, el sentido de pertenencia a distintas pandillas juveniles acabará por enfrentarles. La conversión de los jóvenes en pandilleros no me la creo, está poco desarrollada. La veo tosca, forzada, surge porque sí, apelando directamente a la generación espontánea.
La película necesita a Rapman. Y él aparece
Me he aburrido menos que con otras películas de un género prolífico en títulos a principios de la década de los noventa. Con una escenografía muy diferente, el rap es a ‘Blue Story’ lo que el rock and roll a la ‘American Graffiti’ (1973) del entonces desconocido George Lucas. La propuesta gana enteros cuando Onwubolu se transforma en Rapman. Y rapea en planos cuidadosamente escogidos, sustituyendo la voz en off como recurso para avanzar en la historia. Muestra sentido de la oportunidad e ingenio.
La trama no sale de lo convencional y el desenlace no guarda secreto alguno, pero tiene algo atrayente. La energía y lo intimidatorio de los personajes marca el rasgo distintivo de la cinta. Como el lirismo que desprendía Mickey Rourke en ‘La ley de la calle’ (1983) de Francis Ford Coppola o el carisma de James Dean en ‘Revelde sin causa’, salvando siderales distancias, recordaré este debut por la presencia intermitente de Rapman.
El que no se consuela es porque no quiere.
Nuestra valoración