Cuando Rudolph Giuliani, alcalde republicano de Nueva York, se propuso transformar la gran manzana, implementó una política que ha pasado a la posteridad como »tolerancia cero». Se trataba de una serie de medidas, de amplio espectro, que transformaron la ciudad. Hubo una reducción drástica de la delincuencia, los crímenes y otros delitos menores. Pasó a ser una de las grandes urbes más seguras del mundo, pese a que su política aún a día de hoy continua bajo el escrutinio de la controversia. Entre aquellas medidas, una era la de acabar con la endémica corrupción policial. Descentralizó la cadena de mando, brindó grandes poderes a los agentes, que pasaron a ostentar una remuneración nunca antes vista. Así de crudo. Pagarles mucho para evitar la tentación del soborno. La serie ‘El padrino de Harlem’, creada por Chris Brancato y Paul Eckstein, que emite HBO, no tiene a la corruptela policial entre sus elementos nucleares. Pero sin su concurso no se explica la repercusión y el ascenso de figuras como las de Ted Bundy (Forest Whitaker), sobre la que se basa la serie.
Un mafioso con poderosas conexiones
Mucho se ha escrito sobre la putrefacción que aquejaba a la policía de Nueva York. El director que mejor lo ha plasmado en el cine ha sido el gran Sidney Lumet, con títulos como ‘Serpico’ o ‘La noche cae sobre Manhattan’. En la primera lució Al Pacino una soberbia interpretación, haciendo de la integridad personal un valor imperecedero ante un ambiente de deshonestidad generalizada. En la segunda era Andy García como fiscal, quién se las tenía tiesas en un thriller de sombría complejidad.
La historia del mafioso Ted Bundy no puede entenderse sin la corrupción policial y de ciertas élites (políticas, religiosas, activistas) que conviven con actividades ilegales bajo la escusa del mal menor. O recurriendo directamente a las mismas, haciendo bueno aquello de que el fin sí justifica los medios. ‘El padrino de Harlem’ arranca con Bundy saliendo de la cárcel. Habiendo estado casi una década a la sombra, va a iniciar un tortuoso camino para recuperar el poder perdido. Lo más interesante de la propuesta radica en el entramado de intereses que se cuece a su alrededor. La etapa histórica en que transcurren los hechos atesora unas potencialidades que Brancato y Eckstein exprimen con soltura.
La lucha por los derechos civiles, el endémico problema racial, los clanes repartiéndose el jugoso pastel de los opiáceos y el juego, alternan en un baile de doble moral dónde la política, a lomos de una sociedad que vive el vértigo del cambio, actúa de manera camaleónica. Así figuras como Malcolm X (Nigél Thatch) y el congresista Powel (Giancarlo Esposito), cuecen entre bambalinas un menú no apto para estómagos delicados.
Fenomenal reparto, aunque desigualmente aprovechado
‘El padrino de Harlem’ atesora un lenguaje directo y explícito que le sienta muy bien, y en el que los subtextos apuntalan unas personalidades complejas, difíciles de etiquetar. El reparto es de lujo. Vemos al Forest Whitaker de las grandes ocasiones. De tez impenetrable, rara vez exterioriza sus sentimientos. Hay un retrato crudo, sin aliño de un vil criminal. Lástima que los actores que dan vida a la mafia italiana (Vincent D’Onofrio, Chazz Palminteri y Paul Sorvino) estén en gran medida desaprovechados. No estamos ante una obra maestra. Pero sí frente a una serie más que digna.
Un consejo: véala en versión original.
Decírselo uno todo…